sábado, 30 de agosto de 2008

Mistica ciudad de DIOS parte 5ª



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MÍSTICA CIUDAD DE DIOS: PARTE 5
Visiones y revelaciones intelectuales de María Santísima.
634. El tercer género de visiones o revelaciones Divinas
que tuvo María Santísima, fueron intelectuales. Y aunque
la noticia abstractiva o visión de la divinidad se puede
llamar revelación intelectual, pero doyle otro lugar solo y
más alto por dos razones: la una, porque el objeto de
aquella revelación es único y supremo entre las cosas
inteligibles, y estas más comunes revelaciones
intelectuales tienen muchos y varios objetos, porque se
extienden a cosas espirituales y materiales y a las
verdades y misterios inteligibles; la otra razón es, porque
la visión abstractiva de la divina esencia se causa por
especies altísimas, infusas y sobrenaturales de aquel
objeto infinito; pero la común revelación y visión
intelectual algunas veces se hace por especies infusas
al entendimiento de los objetos revelados y otras veces
no son necesarias infusas para todo lo que se entiende;
porque pueden servir a esta revelación las mismas
especies que tiene la imaginación o fantasía y en ellas
puede el entendimiento, ilustrado con nuevo lumen y
virtud sobrenatural, entender los misterios que Dios le
revela, como sucedió a José en Egipto (Gén., 40) y a
Santo Profeta Daniel en Babilonia (Dan., 2, 19). Y este
modo de revelaciones tuvo Santo Rey David; y fuera del
conocimiento de la Divinidad, es el más noble y seguro,
porque ni los demonios ni los mismos Ángeles buenos
pueden infundir esta luz sobrenatural en el
entendimiento, aunque pueden mover las especies por la
imaginación y fantasía.
635. Esta forma de revelación intelectual fue común a
los Profetas Santos del Viejo y Nuevo Testamento, porque
la luz de la profecía perfecta, como ellos la tuvieron, se
termina en la inteligencia de algún misterio oculto; y sin
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esta inteligencia o luz intelectual no fueran profetas
perfectamente ni hablaran proféticamente. Y por eso, el
que hace o dice alguna cosa profética, como Caifas (Jn.,
11, 51) y los soldados que no quisieron dividir la túnica
de Cristo nuestro Señor (Jn., 19, 24), aunque fueron
movidos con impulso Divino, no eran perfectamente
profetas; porque no hablaban proféticamente, que es con
lumbre divino o inteligencia. Verdad es que también los
Profetas Santos y perfectamente profetas, que se
llamaban videntes por la luz interior con que miraban los
secretos ocultos, podían hacer alguna acción profética,
sin conocer todos los misterios que comprendía, o sin
conocer alguno; pero en aquella acción no fueran tan
perfectamente profetas como en las que profetizaban
con inteligencia sobrenatural. Tiene esta revelación
intelectual muchos grados que no toca a este lugar
declararlos; y aunque la puede comunicar el Señor
desnudamente y sin caridad o gracia y virtudes, pero de
ordinario anda acompañada con ellas, como en los
Profetas, Apóstoles y Justos, cuando como a amigos les
manifestaba sus secretos; como también sucede cuando
las revelaciones intelectuales son para el mayor bien
del que las recibe, como arriba está dicho (Cf. supra n.
617). Por esta razón piden estas revelaciones muy buena
disposición en el alma que ha de ser levantada a estas
Divinas inteligencias, que de ordinario no las comunica
Dios si no es cuando el alma está quieta, pacífica,
abstraída de los afectos terrenos y bien ordenadas sus
potencias para los efectos de esta luz Divina.
636. En la Reina del cielo fueron estas inteligencias o
revelaciones intelectuales muy diferentes que las de los
Santos y Profetas; porque las tenía Su Alteza continuas, y
en acto y en hábito, cuando no gozaba de otras visiones
más altas de la Divinidad. Y a más de esto, la claridad y
extensión de esta luz intelectual y sus efectos fueron
incomparables en María Santísima; porque de los
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Misterios, verdades y sacramentos ocultos del Altísimo,
conoció ella más que todos los Santos Patriarcas,
Profetas, Apóstoles y más que los mismos Ángeles juntos;
y todo lo conocía con mayor profundidad, claridad,
firmeza y seguridad. Con esta inteligencia penetraba
desde el mismo ser de Dios y sus atributos hasta la
mínima de sus obras y criaturas, sin escondérsele cosa
alguna en que no conociese la participación de la
grandeza del Criador y su Divina disposición y providencia;
y sola María Santísima pudo decir con plenitud
que el Señor la manifestó lo incierto y oculto de su
sabiduría, como lo afirmó el Profeta (Sal., 50, 8). Los
efectos que causaban en la Soberana Señora estas
inteligencias, no es posible decirlo, pero toda esta
Historia sirve para su declaración. En otras almas son de
admirable utilidad y provecho, porque iluminan
altamente el entendimiento, inflaman con increíble ardor
la voluntad, desengañan, desvían, levantan y
espiritualizan a la criatura; y tal vez parece que hasta el
mismo cuerpo terreno y pesado se aligera y sutiliza en
emulación santa de la misma alma. Tuvo la Reina del
cielo en este modo de visiones otro privilegio, que diré en
el capítulo siguiente.
Visiones imaginarias de la Reina del Cielo María
Santísima.
637. El cuarto lugar tienen las visiones imaginarias que
se hacen por especies sensitivas causadas o movidas en
la imaginación o fantasía; y representan las cosas con
modo material y sensitivo, como cosa que se mira con los
ojos, o se oye, o se toca, o se gusta. Debajo de esta forma
de visiones manifestaron los profetas del Testamento
Viejo grandes misterios y sacramentos, que les reveló el
Altísimo en ellas, particularmente San Ezequiel, San
Daniel y San Jeremías; y debajo de semejantes visiones
escribió el Evangelista San Juan su Apocalipsis. Por la
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parte que tienen estas visiones de sensitivo y corpóreo,
son más inferiores que las precedentes; y por eso las
puede remedar el demonio en la representación,
moviendo las especies de la fantasía, pero no las remeda
en la verdad el que es padre de la mentira. Con todo eso
se deben mucho desviar estas visiones y examinar con la
doctrina cierta de los Santos y Maestros, porque, si el
demonio reconoce alguna golosina en las almas que
tratan de oración y devoción y si lo permite Dios, las
engañará fácilmente; pues aun aborreciendo el peligro
de estas visiones los Santos fueron invadidos con ellas
por el demonio transfigurado en luz, como en sus vidas
está escrito para nuestra erudición y cautela.
638. Donde estuvieron estas visiones y revelaciones
imaginarias sin peligro alguno y con toda seguridad y
condiciones Divinas, fue en María Santísima, cuya interior
luz no podía oscurecer ni invadir toda la astucia de la
serpiente. Tuvo nuestra Reina muchas visiones de este
género; porque en ellas le fueron manifestadas muchas
obras de las que su Hijo Santísimo hacía cuando estaba
ausente, como en el discurso de su vida veremos (Cf. infra
p. II n. 965-994, 1156, 1204-1222). Conoció también por visión
imaginaria otras muchas criaturas y misterios en
ocasiones que era necesario según la divina voluntad y
dispensación del Altísimo. Y como este beneficio con los
demás que recibía la soberana Princesa del cielo eran
ordenados a fines altísimos, así en lo que le tocaba a su
santidad, pureza y merecimientos, como en orden al
beneficio de la Iglesia, cuya Maestra y Cooperadora de
la Redención era esta gran Madre de la gracia, por esto
los efectos de estas visiones y de su inteligencia eran
admirables, y siempre con incomparables frutos de gloria
del Altísimo y aumento de nuevos dones y carismas en el
alma santísima de María. De lo que en las demás
criaturas suele suceder con estas visiones diré en la
siguiente; porque de estas dos especies de visiones se
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debe hacer un mismo juicio.
Visiones divinas corpóreas de María Santísima.
639. El último y quinto grado de visiones y revelaciones
es el que se percibe por los sentidos corporales
exteriores, que por eso se llaman corpóreas, aunque
puede suceder de dos maneras. La una es propia y
verdaderamente corpórea, cuando con cuerpo real y
cuantitativo se aparece a la vista o al tacto alguna cosa
de la otra vida, Dios, Ángel, o Santo, o el demonio, o
alma, etc., formándose para esto, por ministerio y virtud
de los ángeles buenos o malos, algún cuerpo aéreo y
fantástico, que si bien no es cuerpo natural ni verdadero
de lo que representa, pero es verdaderamente cuerpo
cuantitativo del aire condensado con sus dimensiones
cuantitativas. Otra manera de visiones corpóreas puede
haber más impropia, y como ilusoria del sentido de la
vista, cuando no es cuerpo cuantitativo el que se percibe,
sino unas especies del cuerpo y color, etc., que alterando
el aire medio puede causar un ángel en los ojos; y el que
las recibe piensa que mira algún cuerpo real presente; y
no hay tal cuerpo, sino solas especies con que se altera
la vista con una fascinación imperceptible al sentido.
Este modo de visiones ilusorias al sentido no es propia
de los buenos ángeles ni apariciones divinas, aunque es
posible, y, tal pudo ser la voz que oyó Samuel (1 Sam., 3,
4); mas las afecta el demonio por lo que tienen de
engaño, especialmente por los ojos; y así por esto como
porque no tuvo la Reina esta forma de visiones, sólo diré
de las verdaderamente corpóreas, que fueron las que
tenía.
640. En la Escritura hay muchas visiones corporales que
tuvieron los Santos y Patriarcas. Adán vio a Dios
representado por el ángel (Gén., 3, 8); Abrahán a los tres
Ángeles (Gén., 18, 1-2), Santo Profeta y Legislador Moisés
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la zarza (Ex., 3, 2), y muchas veces al mismo Señor.
También han tenido muchas visiones corpóreas e
imaginarias otros que eran pecadores, como Caín (Gén.,
4, 9), Baltasar (Dan., 5, 5), que vio la mano en la pared; y
de las imaginarias tuvo Faraón (Gén., 41, 2) la visión de
las vacas y Nabucodonosor la del árbol (Dan., 4, 2) y
estatua (Dan., 2, 1); y otras semejantes hay en las Divinas
letras. De donde se conoce que para estas visiones
corpóreas e imaginarias no se requiere santidad en el
que las recibe. Pero es verdad que quien tiene alguna
visión imaginaria o corpórea, sin alcanzar luz o alguna
inteligencia, no se llama profeta, ni es perfecta
revelación en el que ve o recibe las especies sensitivas,
sino en el que tiene la inteligencia, que, como dijo
Daniel (Dan., 10, 1), es necesario en la visión; y así
fueron profetas José y el mismo San Daniel, y no Faraón,
ni Baltasar, ni Nabucodonosor. Y aquella será más alta y
excelente visión en razón de visión, que viniere con mayor
y más alta inteligencia, aunque en cuanto a lo aparente
son mayores las que representan a Dios y su Madre
santísima, y después a los Santos por sus grados.
641. El recibir visiones corpóreas cierto es que pide
estar dispuestos los sentidos para percibirlas con ellos.
Las imaginarias muchas veces las envía Dios en sueños,
como al santísimo José (Mt., 1, 20), esposo de María
purísima, y a los Reyes Magos (Mt., 2, 12) y Faraón (Gén,
41, 2), etc. Otras se pueden recibir estando en los
sentidos corporales, que en esto no hay repugnancia.
Pero el modo más común y connatural a estas visiones y a
las intelectuales, es comunicarlas Dios en algún éxtasis o
rapto de los sentidos exteriores; porque entonces están
las potencias interiores todas más recogidas y dispuestas
para la inteligencia de cosas altas y Divinas; aunque
en esto menos suelen impedir los sentidos exteriores
para las visiones intelectuales que para las imaginarias,
porque éstas están más cerca de lo exterior que las
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inteligencias del entendimiento. Y por esta causa, cuando
las revelaciones intelectuales son por especies infusas, o
cuando el afecto no arrebata los sentidos, se reciben
muchas veces, sin perderlos, inteligencias altísimas de
grandes misterios y sobrenaturales.
642. En la Reina del Cielo sucedía esto muchas veces y
casi frecuente; porque si bien tuvo muchos raptos para
la visión beatífica —donde siempre es forzoso en los
viadores— y también en algunas visiones intelectuales
e imaginarías, pero, aunque estaba de ordinario en sus
sentidos, tenía más altas revelaciones e inteligencias que
todos los Santos y Profetas en sus mayores raptos, donde
vieron tantos misterios. Ni tampoco para las visiones
imaginarias estorbaban a nuestra gran Reina los sentidos
exteriores; porque su dilatado corazón y sabiduría no se
embarazaba con los efectos de admiración y amor, que
suele arrebatar los sentidos en los demás Santos y
Profetas. De las visiones corpóreas que tuvo Su Majestad
de los Ángeles, consta por la anunciación de San Gabriel
Arcángel (Lc., 1, 28). Y aunque del discurso de su vida
santísima no lo digan los Evangelistas, no puede el juicio
prudente y católico poner duda, pues la Reina de los
cielos y de los Ángeles había de ser servida de sus
vasallos; como adelante iremos (Cf. infra n. 761 y passim)
declarando el continuo obsequio que le hacían los de su
guarda, y otros en forma corporal y visible, como se verá
en el capítulo siguiente.
643. Las demás almas deben ser muy circunspectas y
cautelosas en este género de visiones corporales, por
estar más sujetas a peligros, engaños e ilusiones de la
serpiente antigua; quien nunca las apeteciere, excusará
gran parte del peligro. Y si hallando al alma lejos de éste
y otros desordenados afectos, le sucediere alguna visión
corporal o imaginaria, deténgase mucho en creer y en
ejecutar lo que le pide la visión; porque será muy mala
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señal, y propia del demonio, querer luego y sin acuerdo
ni consejo que se le dé crédito y obedezca; lo que no
hacen los Santos Ángeles, como maestros de obediencia
y verdad, prudencia y santidad. Otros indicios y señales
se toman de la causa y efectos de estas visiones para
conocer su seguridad y verdad o engaño; pero yo no me
detengo en esto por no alejarme más de mi intento y
porque me remito a los Doctores y Maestros.
Doctrina de la Reina del Cielo.
644. Hija mía, de la luz que en este capítulo has recibido,
tienes la regla cierta de gobernarte en las visiones y
revelaciones del Señor, que consiste en dos partes. La
una en sujetarlas con humilde y sencillo corazón al juicio
y censura de tus Padres y Prelados, pidiendo con viva fe
les dé luz el Altísimo para que entiendan su voluntad y
verdad Divina y te la enseñen en todo. La otra regla ha
de estar en tu mismo interior; y ésta es atender a los
efectos que hacen las visiones y revelaciones, para
discernirlas con prudencia y sin engaño, porque la virtud
Divina, que obra con ellas, te inducirá, moverá, inflamará
en amor casto y reverencia del Altísimo, al conocimiento
de tu bajeza, a aborrecer la vanidad terrena, a desear el
desprecio de las criaturas, a padecer con alegría, a amar
la cruz y llevarla con esforzado y dilatado corazón, a
desear el último lugar, a amar a quien te persiguiere, a
temer el pecado y aborrecerle, aunque sea muy leve, a
aspirar a lo más puro, perfecto y acendrado de la virtud,
a negar tus inclinaciones, a unirte con el sumo y
verdadero bien. Estas serán infalibles señales de la
verdad con que te visita el Altísimo por medio de sus
revelaciones, enseñándote lo más santo y perfecto de la
ley cristiana y de su imitación y mía.
645. Y para que tú, carísima, pongas por obra esta
doctrina que la dignación del Altísimo te enseña, nunca
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la olvides, ni pierdas de vista los beneficios de habértela
enseñado con tanto amor y caricia; renuncia toda
atención y consolación humana, los deleites y gustos que
el mundo ofrece; y a todo lo que piden las inclinaciones
terrenas te niegas con fuerte resolución, aunque sea en
cosas lícitas y pequeñas; y volviendo las espaldas a todo
lo sensible, sólo quiero que ames el padecer. Esta ciencia
y filosofía Divina te han enseñado, te enseñan y te
enseñarán las visitas del Altísimo, y con ellas sentirás la
fuerza del Divino fuego, que nunca se ha de extinguir en
tu pecho por culpa tuya ni por tibieza. Está advertida,
dilata el corazón y cíñete de fortaleza para recibir y
obrar cosas grandes, y ten constancia en la fe de estas
amonestaciones, creyéndolas, apreciándolas y
escribiéndolas en tu corazón con humilde afecto y estimación
de lo íntimo de tu alma, como enviadas por la
fidelidad de tu Esposo y administradas por mí, que soy tu
Maestra y Señora.
CAPITULO 15
Declárase otro modo de vista y comunicación que
tenía María Santísima con los Santos Ángeles que la
asistían.
646. Tanta es la fuerza y eficacia de la divina gracia, y
del amor que causa en la criatura, que puede borrar en
ella la imagen del pecado y del hombre terreno y formar
otro nuevo ser y celestial imagen (1 Cor., 15, 48-49), cuya
conversación sea en los cielos (Flp., 3, 20), entendiendo,
amando y obrando, no como criatura terrena, pero como
celestial y divina; porque la fuerza del amor roba el
corazón y el alma de donde anima y le pone y transforma
en lo que ama. Esta verdad cristiana, creída de todos,
entendida de los doctores y experimentada de los Santos,
se ha de considerar en nuestra gran Reina y Señora
ejecutada con privilegios tan singulares, que ni con
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ejemplo de otros Santos, ni con entendimiento de
Ángeles, se puede comprender ni explicar. Era María
Santísima, por Madre del Verbo, Señora de todo lo criado;
pero siendo imagen viva de su Hijo Unigénito, a su
imitación usó tan poco de las criaturas visibles, de quien
era Señora, que ninguna menos parte tuvo en ellas, fuera
de lo que fue preciso y necesario para el servicio del
Altísimo y vida natural de su Hijo Santísimo y suya.
647. A este olvido y alejamiento de todo lo terreno
había de corresponder la conversación en lo celestial; y
ésta se había de proporcionar con la dignidad de Madre
del mismo Dios y Señora de los cielos, en cuya
comunicación debidamente estaba conmutada la
conversación terrena. Por esto era como necesario y
consiguiente que la Reina y Señora de los Ángeles fuera
singular y privilegiada en el obsequio de los mismos
cortesanos, vasallos suyos, y los tratase y comunicase con
diferente modo que todas las criaturas humanas, por más
santas que fuesen. En el capítulo 23 del primer libro dije
algo de las apariciones ordinarias y diversas con que se
le manifestaban a nuestra Reina y Señora los Santos
Ángeles y Serafines destinados y señaldos para guarda
suya; y en el capítulo precedente quedan declarados
generalmente los modos y formas de visiones Divinas que
Su Alteza tenía, advirtiendo que siempre en aquella
esfera y especie de visiones eran las suyas mucho más
excelentes y divinas en la sustancia y en el modo y
efectos que causaban en su alma santísima.
648. Para este capítulo remití otro modo más singular y
privilegiado que concedió el Altísimo a su Madre
Santísima, para que viese y comunicase a los Santos
Ángeles de su guarda y a los demás que de parte del
mismo Señor en diversas ocasiones la visitaban. Este
modo de visión y comunicación era el mismo que los
órdenes y jerarquías angélicas tienen entre sí mismos,
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donde cada uno de los espíritus soberanos conocen a los
demás por sí mismos, sin otra especie que mueva su
entendimiento más que la misma sustancia y naturaleza
del ángel que es conocido. Y a más de esto, los ángeles
superiores iluminan a los inferiores, informándolos de los
misterios ocultos que a los superiores inmediatamente
revela y manifiesta el Altísimo, para que se vayan
derivando y remitiendo de lo supremo a lo ínfimo; porque
este orden conviene a la grandeza y majestad infinita del
supremo Rey y Gobernador de todo lo criado. De donde
se entenderá cómo esta iluminación o revelación tan
ordenada es fuera de la gloria esencial de los Santos
Ángeles; porque ésta la reciben todos inmediatamente
de la Divinidad, cuya visión y fruición se comunica a cada
uno a la medida de sus merecimientos; y un Ángel no
puede hacer a otro esencialmente bienaventurado,
iluminándole o revelándole algún misterio, porque el
iluminado no vería a Dios cara a cara, y sin esto no puede
ser bienaventurado ni conseguir su último fin.
649. Pero como el objeto es infinito y espejo voluntario
—fuera de lo que pertenece a la ciencia beatífica de los
Santos— tiene infinitos secretos y misterios que les puede
revelar y revela especialmente para el gobierno de su
Iglesia y del mundo; y en estas iluminaciones se guarda
el orden que digo. Y como estas revelaciones son fuera
de la gloria esencial, por eso el carecer de su noticia no
se llama ignorancia en los ángeles ni privación de
ciencia, pero llámase nesciencia o negación, y la
revelación se llama iluminación, purgación o purificación
de esta nesciencia; y sucede, a nuestro modo de
entender, como si los rayos del sol penetrasen
muchos cristales puestos en orden, que todos
participarían de una misma luz comunicada de los
primeros a los últimos, tocando primero a los más
inmediatos. Sola una diferencia se halla en este ejemplo;
que las vidrieras o cristales, respecto de los rayos, se han
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pasivamente sin más actividad que la del sol, que a todas
las ilumina con una acción, pero los Santos Ángeles son
pacientes en recibir la iluminación de los superiores y
agentes en comunicarla a los inferiores; y comunican
estas iluminaciones con alabanza, admiración y amor,
derivándose todo del supremo Sol de Justicia, Dios eterno
e inmutable.
650. En este orden admirable de revelaciones Divinas
introdujo el Altísimo a su Madre Santísima, para que
gozase los privilegios que tienen como propios los
cortesanos del cielo; y para esto destinó los serafines que
dije en el capítulo 14 del primer libro, que fueron de los
más supremos e inmediatos a la divinidad; y también
hacían este oficio otros Ángeles de su guarda, según la
voluntad Divina disponía, cuando y como era necesario y
conveniente. A todos estos ángeles y a otros los conocía
su Reina y nuestra por sí mismos, sin dependencia de los
sentidos y fantasía y sin impedimento del cuerpo mortal y
terreno; y mediante esta vista y conocimiento la
iluminaban y purificaban los Serafines y Ángeles del
Señor, revelando a su Reina muchos misterios que para
esto recibían del Altísimo. Y aunque este modo de vista
intelectual e iluminaciones no era continuo en María
Santísima, pero fue muy frecuente, en especial cuando
para ocasionarle mayores merecimientos y diversos
afectos de amor se le encubría o ausentaba el Señor,
como diré adelante (Cf. infra n. 278-279; p. II n. 719-720).
Entonces usaban más de este oficio los Ángeles,
continuando el orden de iluminarse a sí mismos hasta
llegar a la Reina, donde se terminaba.
651. Y no derogaba este modo de iluminación a la
dignidad de Madre de Dios y Señora de los Ángeles;
porque en este beneficio, y en el modo de participarle, no
se atiende a la dignidad y santidad de nuestra soberana
Princesa, en que era superior a todos los órdenes
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angélicos, sino al estado y condición de su naturaleza, en
que era inferior, porque era viadora y de naturaleza
humana, corpórea y mortal; y viviendo en carne pasible y
con necesidad natural del uso de los sentidos, levantarla
al estado y operaciones angélicas fue gran privilegio,
aunque digno de su santidad y dignidad. Yo creo ha
extendido este favor la mano poderosa del Altísimo a
otras almas en esta vida mortal, aunque no tan frecuente
como a su Madre Santísima, ni con tanta plenitud de luz y
otras condiciones tan excelentes como en la Reina. Y si
muchos doctores, no sin gran fundamento, conceden la
visión beatífica a San Pablo, Santo Profeta y Legislador
Moisés y a otros Santos, mucho más creíble será haber
tenido algunos viadores este conocimiento de las
naturalezas angélicas, pues no es otra cosa este
beneficio, que ver intuitivamente la sustancia del ángel; y
así conviene esta visión en esta claridad con la primera
que dije en el capítulo pasado, y en ser intelectual
conviene con la tercera arriba declarada, aunque no se
hace por especies impresas.
652. Verdad es que este beneficio no es ordinario ni
común, pero muy raro y extraordinario; y así pide en el
alma gran disposición de pureza y limpieza de
conciencia. No se compadece con afectos terrenos, ni
imperfecciones voluntarias, ni afectos del pecado;
porque para entrar el alma en el orden de los ángeles ha
menester vida más angélica que humana; pues si faltase
esta similitud y simpatía, parecería monstruosidad y
desproporción de los extremos de esta unión. Pero con la
divina gracia puede la criatura, aunque de cuerpo
terreno y corruptible, negarse toda a sus pasiones e
inclinaciones depravadas y morir a lo visible y borrar sus
especies y memoria y vivir en espíritu más que en la
carne. Y cuando llegare a gozar de verdadera paz,
tranquilidad y sosiego del espíritu, que le causen
una serenidad dulce, amorosa y suave con el sumo
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bien, entonces estará menos indispuesta para ser
levantada a la visión de los espíritus angélicos con
claridad intuitiva y recibir de ellos las divinas
revelaciones que entre sí se comunican, y los efectos
admirables que de la visión resultan.
653. Los que recibía nuestra Soberana Reina, si
correspondían a su pureza y amor, no pueden caer
debajo de humana ponderación. Era incomparable la luz
Divina que recibía de la vista de los Serafines; porque en
cierto modo reverberaba en ellos la imagen de la
Divinidad, como en unos espirituales y purísimos espejos,
donde María Santísima la conocía con sus atributos y
perfecciones infinitas. Manifestábasele también en
algunos efectos por admirable modo la gloria que los
mismos Serafines gozaban —porque de esto se conoce
mucho viendo claramente la sustancia del ángel— y con
la vista de tales objetos era toda encendida e inflamada
en la llama del Divino amor y arrebatada muchas veces
en milagrosos éxtasis. Allí con los mismos Serafines y
Ángeles prorrumpía en cánticos de incomparable gloria y
alabanza de la Divinidad, con admiración de los mismos
espíritus celestiales; porque si bien por ellos era iluminada
en su entendimiento, pero en la voluntad los dejaba
muy inferiores, y con mayor eficacia del amor velozmente
subía y llegaba a unirse con el último y sumo bien, de
donde inmediatamente recibía nuevas influencias del
torrente (Sal., 35, 9) de la divinidad con que era alimentada.
Y si los mismos Serafines no tuvieran presente el
objeto infinito que era el principio y término de su amor
beatífico, pudieran ser discípulos de María Santísima su
Reina en el amor Divino, así como ella lo era suya en las
ilustraciones del entendimiento que recibía.
654. Después de esta forma de visión inmediata de las
naturalezas espirituales y angélicas, es más inferior, y
común a otras almas, la visión intelectual por especies
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infusas, al modo de la visión abstractiva de la divinidad,
que dejo dicha. Este modo de visión angélica tuvo la
Reina del Cielo algunas veces, pero no era tan ordinario
como el pasado: porque si bien para otras almas justas
este beneficio de conocer a los Ángeles y Santos por
especies intelectuales infusas es muy raro y estimable,
pero en la Reina de los ángeles no era necesario, porque
los comunicaba y conocía más altamente, salvo cuando el
Señor disponía que se escondiesen y faltase aquella vista
inmediata para mayor mérito y ejercicio; que entonces
los miraba con especies intelectuales o imaginarias,
como dije en el capítulo pasado. En otras almas hacen
divinos efectos estas visiones angélicas por especies;
porque se conocen aquellas supremas sustancias, como
efectos y embajadores del supremo Rey, y con ellos tiene
el alma dulcísimos coloquios del mismo Señor y de todo lo
celestial y terreno, y en todo es ilustrada, enseñada,
corregida y gobernada, encaminada y compelida para
levantarse a la unión perfecta del amor Divino y obrar lo
más puro, perfecto y santo, lo más acendrado de lo
espiritual.
Doctrina de la Reina del Cielo María Santísima.
655. Hija mía, admirable es el amor, fidelidad y
cuidado de los espíritus angélicos en asistir a las
necesidades de los mortales; y muy aborrecible es el
olvido, ingratitud y grosería de parte de los mismos
hombres en reconocer esta deuda. En el secreto del
pecho del Altísimo, cuyo rostro miran (Mt., 18, 10) con
claridad beatífica, conocen estos espíritus celestiales el
infinito y paternal amor del Padre que está en los cielos
para los hombres terrenos, y allí dan el aprecio y estimación
digna a la sangre del Cordero con que fueron
comprados (1 Cor., 6, 20) y rescatados, y lo que valen las
almas compradas con el tesoro de la Divinidad. Y de aquí
nace en los Santos Ángeles el desvelo y atención que
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ponen en guardar y beneficiar las almas, que por
estimarlas tanto el Altísimo se las encomendó a su
custodia. Y quiero que tú entiendas cómo por este
altísimo ministerio de los Ángeles recibieran los mortales
grandes influencias de luz y favores incomparables del
Señor, si no los impidieran con el óbice de sus pecados y
abominaciones y con el olvido de tan estimable beneficio;
y porque cierran el camino que Dios con inefable
Providencia había elegido para encaminarlos a la
felicidad eterna, son muchos más los que se condenan, y
con la protección de los Ángeles se salvaran, no
malogrando este beneficio y remedio.
656. Oh hija mía carísima, pues tan dormidos están
muchos de los hombres en atender a las obras paternas
de mi Hijo y Señor, de ti quiero en esto singular
agradecimiento, pues con tan liberal mano te ha
favorecido, señalándote los Ángeles que te guarden.
Atiende a su compañía y oye sus documentos con
reverencia; déjate encaminar de su luz, respétalos como
embajadores del Altísimo y pídeles su favor para que,
purificada de tus culpas y libre de imperfecciones,
inflamada en el Divino amor, te puedas reducir a un
estado tan espiritualizado, que estés idónea para tratar
con ellos y ser compañera suya, participando sus divinas
ilustraciones, que no las negará el Altsimo, si te dispones
de tu parte como yo quiero.
657. Y porque has deseado saber, con aprobación de la
obediencia, la razón por que los Santos Ángeles se me
comunicaban con tantos modos de visiones, respondo a tu
deseo declarándote más lo que con la Divina luz has
entendido y escrito. La causa de esto fue por parte del
Altísimo su liberal amor para conmigo en favorecerme, y
por la mía el estado de viadora que tenía en el mundo;
porque éste no podía ni convenía que fuese uniforme en
las acciones de las virtudes, por cuyo medio disponía la
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Divina sabiduría levantarme sobre todo lo criado; y
habiendo de proceder como viadora humana y sensible
en variedad de sucesos y obras virtuosas, unas veces
obraba como espiritualizada y sin embarazo de los sentidos,
y me trataban los Ángeles como a ellos mismos
entre sí y como obran ellos obraban conmigo; otras era
necesario padecer y ser afligida en la parte inferior del
alma, otras en lo sensible y en el cuerpo, otras padecía
necesidades, soledad y desamparos interiores y, según la
vicisitud de estos efectos y estados, recibía los favores y
visitas de los Santos Ángeles; que muchas veces hablaba
con ellos por inteligencia, otras por visión imaginaria,
otras por corporal y sensible, según el estado y
necesidad lo pedía, y como lo disponía el Altísimo.
658. Por todos estos modos fueron mis potencias y
sentidos ilustrados y santificados con obras de Divinas
influencias y favores, para que todas las obras de este
género las conociese por experiencia y por todas
recibiese los influjos de la gracia sobrenatural. Pero en
estos favores quiero, hija mía, quedes advertida que, si
bien el Altísimo fue conmigo tan magnífico y
misericordioso, tuvo su equidad tal orden, que no sólo por
la dignidad de Madre me favoreció tanto con ellos, mas
también atendió a mis obras y disposición con que yo
concurrí de mi parte, asistiéndome su Divina gracia. Y
porque yo alejé mis potencias y sentidos de todo el
comercio de las criaturas y, negando todo lo sensible y
criado, me convertí al sumo bien, entregándome toda con
mis fuerzas y voluntad a solo su amor santo; por esta
disposición, que en mi alma puse, santificó todas mis
potencias con retribución de tantos beneficios, visiones,
ilustraciones de las mismas potencias, que por su amor se
habían privado de todo lo deleitable, humano y terreno.
Y fue tanto lo que en premio de mis obras recibí en carne
mortal, que no lo puedes entender ni escribir, mientras en
ella vives; tanta es la liberalidad y bondad del Muy Alto,
18
que de contado da este pago por prenda del que tiene
reservado en la vida eterna.
659. Y no obstante que por estos medios me dispuso el
brazo poderoso, para que desde mi concepción se
previniese dignamente la Encarnación del Verbo en mis
entrañas y para que mis potencias y sentidos quedasen
santificados y proporcionados con el trato y comunicación
que había de tener con el Verbo Encarnado, pero si
las demás almas se dispusiesen a mi imitación, viviendo,
no según la carne, mas con vida espiritual, limpia y
alejada del contagio de lo terreno, el Altísimo es tan fiel
con quien así le obliga, que no le negara sus beneficios y
favores con la equidad de su Divina Providencia.
CAPITULO 16
Continúase la infancia de María Santísima en el
Templo; previénela el Señor para trabajos, y muere su
padre San Joaquín.
660. Dejamos a nuestra soberana princesa María
Santísima, mediando los años de su infancia en el
Templo, y divirtiendo el discurso para dar alguna noticia
de las virtudes, dones y revelaciones Divinas que, niña
en los años pero adulta en suma sabiduría, recibía de la
mano del Altísimo y ejercitaba con sus potencias. Crecía
la santísima niña en edad y gracia acerca de Dios y de
los hombres; pero con tal correspondencia, que siempre
la devoción era sobre la naturaleza y nunca la gracia se
midió con la edad, pero con el Divino beneplácito y con
los altos fines adonde la destinaba el impetuoso corriente
de la Divinidad, que se iba a represar y sosegar en esta
Ciudad de Dios. Continuaba el Altísimo sus dones y
favores renovando cada hora las maravillas de su brazo
poderoso, como si para sola María Santísima estuviera
reservado. Y correspondía Su Alteza en aquella tierna
19
edad llenando el corazón del mismo Señor de perfecto y
adecuado beneplácito, y a los Santos Ángeles del cielo
de grande admiración. Era manifiesta a los espíritus
celestiales entre el Altísimo y la Princesa niña una como
porfía y competencia admirable; porque el poder Divino,
para enriquecerla, sacaba cada día de sus tesoros
nuevos y antiguos beneficios (Mt., 13, 52) reservados
para sola María Purísima; y como era tierra bendita, no
sólo no se malograba en ella la semilla de la palabra
eterna y sus dones y favores, ni sólo daba ciento por uno
(Lc. 8, 8) como el mayor de los Santos, pero con admiración
del cielo una tierna niña sobreexcedía en amor,
agradecimiento, alabanza y todas las virtudes posibles a
los más supremos y ardientes Serafines, sin perder
tiempo, lugar, ocasión, ni ministerio en que no obrase lo
sumo, entonces posible, de la perfección.
661. En los tiernos años de su infancia, que ya era
manifiesta su capacidad para leer las Escrituras, leía muy
de ordinario en ellas; y como estaba llena de sabiduría,
confería en su corazón lo que por las Divinas revelaciones
sabía con lo que en las Escrituras estaba revelado para
todos; y en esta lección y conferencias ocultas hacía
peticiones y oraciones continuas y fervorosas por la
redención del linaje humano y Encarnación del Verbo
divino. Leía más de ordinario las Profecías de Isaías y
Jeremías y los Salmos, por estar más expresos y repetidos
en estos Profetas los Misterios del Mesías y de la Ley de
Gracia; y sobre lo que de ellos entendía y comprendía,
preguntaba y proponía cuestiones a los Santos Ángeles
altísimas y admirables; y muchas veces del Misterio de la
Humanidad Santísima del Verbo hablaba con
incomparable ternura, y de que había de ser niño, nacer,
criarse como los demás hombres y que había de nacer de
madre virgen, crecer, padecer y morir por todos los hijos
de Adán.
20
662. A estas conferencias y preguntas le respondían sus
Ángeles y Serafines, ilustrándola de nuevo,
confirmándola, y caldeando su ardiente y virginal
corazón en nuevas llamas de Divino amor; pero
ocultándole siempre su dignidad altísima, aunque ella
se ofrecía con humildad profundísima muchas veces por
esclava del Señor y de la feliz Madre que había de
elegir para nacer en el mundo. Otras veces,
preguntando a los Ángeles Santos, decía con admiración:
Príncipes y señores míos ¿es posible que el mismo
Criador ha de nacer de una criatura y la ha de tener por
Madre? ¿Que el Omnipotente e Infinito, el que fabricó los
cielos y no cabe en ellos, ha de encerrarse en el vientre
de una mujer y se ha de vestir de una breve naturaleza
terrena? El que viste de hermosura los elementos, los
cielos y a los mismos Ángeles ¿se ha de hacer pasible? ¿Y
que ha de haber mujer de nuestra misma naturaleza
humana, que sea tan dichosa que pueda llamar Hijo al
mismo que de nada la hizo, y que ella se ha de oír llamar
Madre del que es increado y criador de todo el
universo? ¡Oh milagro inaudito! Si el mismo Autor no
le manifestara, ¿cómo podía la capacidad terrena hacer
concepto tan magnífico? ¡Oh maravilla de sus maravillas!
¡Oh felices y bienaventurados los ojos que le vieren y los
siglos que le merecieren! A estos afectos y
exclamaciones amorosas le respondían los Santos
Ángeles, declarándole los sacramentos divinos, fuera de
lo que a ella le tocaba y pertenecía.
663. Cualquiera de los altos, humildes y encendidos
afectos de la niña María eran aquel cabello de la Esposa
que hería el corazón de Dios (Cant., 4, 9) con tan dulce
flecha de amor, que, si no fuera conveniente aguardar la
edad competente y oportuna para concebir y parir al
Verbo humanado, no pudiera —a nuestro modo de
entender— contenerse el agrado del Altísimo, sin tomar
luego nuestra humanidad en sus entrañas; pero no lo
21
hizo, aunque desde su niñez en la gracia y merecimientos
estaba ya capaz, porque se disimulara mejor y
ocultara el sacramento de la Encarnación, y la honra de
su Madre Santísima estuviera también más oculta y más
segura, correspondiendo su virginal parto a la edad
natural de otras mujeres; y esta dilación entretenía el
Señor con los afectos y cánticos agradables que —a
nuestro entender— escuchaba atento en su Hija y Esposa,
que luego había de ser Madre digna del Eterno Verbo. Y
fueron tantos y tan altos los cánticos y salmos que hizo
nuestra Reina y Señora que —según la luz que de esto se
me ha dado— si quedaran escritos, tuviera la Santa
Iglesia muchos más que de todos los Profetas y
Santos, porque María Purísima dijo y comprendió todo lo
que ellos escribieron; y sobre eso entendió y dijo mucho
más que ellos no alcanzaron. Pero ordenó el Altísimo que
su Iglesia Militante tuviese en las Escrituras de los
Apóstoles y Profetas todo lo necesario con
superabundancia; y lo que reveló a su Madre Santísima,
reservó escrito en su mente Divina, para que en la Iglesia
Triunfante se manifieste lo que fuere conveniente a la
gloria accidental de los Bienaventurados.
664. A más de esto, la Divina dignación condescendió
con la voluntad santísima de María Señora nuestra que,
para engrandecer su prudentísima humildad y dejar a los
mortales este raro ejemplar en tan excelentes virtudes,
siempre quiso ocultar el sacramento del Rey (Tob., 12, 7);
y cuando fue necesario revelarle en algo para el
obsequio de Su Majestad y beneficio de la Iglesia,
procedió María Purísima con tan Divina prudencia, que
siendo Maestra no dejó de ser siempre humildísima
discípula. En su niñez consultaba a los Ángeles Santos y
seguía su consejo; después que nació el Verbo Humanado
tuvo a su Unigénito por Maestro y Ejemplar en todas sus
acciones; y al fin de sus misterios y subida a los cielos
obedecía la gran Reina de todo el universo a los
22
Apóstoles, como en el discurso de esta Historia diremos.
Y esta fue una de las razones por que San Juan Evangelista,
los misterios que escribió de esta Señora en el
Apocalipsis, los encubrió con tantos enigmas, que se
pudiesen entender de toda la Iglesia Militante o
Triunfante.
665. Determinó el Altísimo que la plenitud de gracias y
virtudes de la princesa María anticipasen el colmo de
merecimientos, extendiéndose a las obras arduas y
magnánimas en el modo posible a sus tiernos años. Y en
una de las visiones que se le manifestó Su Majestad, la
dijo: Esposa y paloma mía, yo te amo con amor infinito, y
de ti quiero lo más agradable a mis ojos y la satisfacción
entera de mi deseo. No ignoras, hija mía, el tesoro oculto
que encierran los trabajos y penalidades que la ciega
ignorancia de los mortales aborrece y que mi Unigénito,
cuando se vista de la naturaleza humana, enseñará el
camino de la Cruz con ejemplo y con doctrina,
dejándola por herencia a sus escogidos, como él mismo
la elegirá para sí, y establecerá la Ley de Gracia,
fundando su firmeza y excelencia en la humildad y
paciencia de la cruz y penalidades; porque así lo pide la
condición de la misma naturaleza de los hombres y
mucho más después que por el pecado quedó
depravada y mal inclinada. Y también es conforme a
mi equidad y providencia, que los mortales alcancen y
granjeen la corona de la gloria por medio de los trabajos
y cruz, por donde se la ha de merecer mi Hijo unigénito
humanado. Por esta razón entenderás, Esposa mía, que
habiéndote elegido con mi diestra para mis delicias y habiéndote
enriquecido de mis dones, no será justo que
mi gracia esté ociosa en tu corazón, ni tu amor carezca
de su fruto, ni te falte la herencia de mis escogidos; y así
quiero que te dispongas a padecer tribulaciones y
penalidades por mi amor.
23
666. A esta proposición del Altísimo respondió la
invencible María con más constante corazón que todos
los Santos y Mártires han tenido en el mundo, y dijo a Su
Majestad: Señor Dios mío y Rey Altísimo, todas mis
operaciones y potencias y el mismo ser que de vuestra
bondad infinita he recibido, tengo dedicado a vuestro
Divino beneplácito, para que en todo se cumpla según la
elección de vuestra infinita sabiduría y bondad. Y si me
dais licencia para que yo haga elección de alguna cosa,
sólo quiero hacerla del padecer por vuestro amor hasta
la muerte; y suplicaros, bien mío, hagáis de esta esclava
vuestra un sacrificio y holocausto de paciencia aceptable
en vuestros ojos. Yo confieso, Señor y Dios poderoso y
liberalísimo, mi deuda, y que ninguna de las criaturas
debe tan grande retribución, ni todas juntas están tan
empeñadas como yo sola, la más insuficiente para el
descargo que deseo dar a vuestra magnificencia; pero si
el padecer por vos admitís por alguna retribución, vengan
sobre mí todas las tribulaciones y dolores de la muerte;
sólo pido vuestra divina protección y postrada ante el
trono real de Vuestra Majestad infinita os suplico no me
desamparéis. Acordaos, Señor mío, de las promesas
fieles que por nuestros antiguos Padres y Profetas tenéis
hechas a vuestros fieles de favorecer al justo, estar con el
atribulado, consolar al afligido y hacerle sombra y
defenderle en el conflicto de la tribulación;
verdaderas son vuestras palabras, infalibles y ciertas
vuestras promesas; primero faltará el cielo y la tierra que
falten ellas; no podrá la malicia de la criatura extinguir
Vuestra Caridad al que esperare en Vuestra Misericordia;
hágase en mí vuestra voluntad perfecta y santa.
667. Recibió el Altísimo este sacrificio matutino de la
tierna esposa y niña María Santísima, y con agradable
semblante la dijo: Hermosa eres en tus pensamientos,
hija del Príncipe, paloma mía y dilecta mía; yo admito tus
deseos agradables a mis ojos y quiero que en su
24
cumplimiento entiendas se llega el tiempo en que, por mí
Divina disposición, tu padre Joaquín ha de pasar de la
vida mortal para la inmortal y eterna; su muerte será muy
breve y luego descansará en paz y será puesto con los
Santos en el Limbo, aguardando la Redención de todo el
linaje humano.—Este aviso del Señor no turbó ni alteró el
pecho real de la Princesa del Cielo María; pero como el
amor de los hijos a los padres es deuda justa de la misma
naturaleza, y en la santísima niña tenía este amor toda su
perfección, no se podía excusar el natural dolor de
carecer de su santísimo padre Joaquín, a quien
santamente amaba como hija. Sintió la tierna y dulce
niña María este doloroso movimiento compatible con la
serenidad de su magnánimo corazón, y obrando en todo
con grandeza, dando el punto a la gracia y a la
naturaleza, hizo una ferviente oración por su padre
Joaquín. Pidió al Señor le mirase como poderoso y Dios
verdadero en el tránsito de su dichosa muerte y le defendiese
del demonio, singularmente en aquella hora, y le
conservase y constituyese en el número de sus electos,
pues en su vida había confesado y engrandecido su Santo
y admirable Nombre; y para obligar más a Su Majestad,
se ofreció la fidelísima hija a padecer por su padre
Santísimo Joaquín todo lo que el Señor ordenase.
668. Aceptó Su Majestad esta petición y consoló a la
divina niña, asegurándola que asistiría a su padre como
misericordioso y piadoso remunerador de los que le aman
y sirven y que le colocaría entre los Patriarcas Abrahán,
Isaac y Jacob; y la previno de nuevo para recibir y
padecer otros trabajos. Ocho días antes de la muerte del
Santo Patriarca Joaquín tuvo María Santísima otro nuevo
aviso del Señor, declarándole el día y hora en que había
de morir, como en efecto sucedió, habiendo pasado sólo
seis meses después que nuestra Reina entró a vivir en el
Templo. Después que Su Alteza tuvo estos avisos del
Señor, pidió a los doce Ángeles —que arriba he dicho (Cf.
25
supra n. 202, 273, 371) eran los que nombra San Juan en
el Apocalipsis (Sal., 127, 5)— asistiesen a su padre
Joaquín en su enfermedad y le confortasen y consolasen
en ella; y así lo hicieron. Y para la última hora de su
tránsito envió a todos los de su guarda y pidió al Señor se
los manifestase a su padre para mayor consuelo suyo.
Concediólo el Altísimo, y en todo confirmó el deseo de su
electa, única y perfecta; y el Gran Patriarca y dichoso
Joaquín vio a los mil Ángeles Santos que guardaban a su
hija María, a cuyas peticiones y votos sobreabundó la
gracia del Todopoderoso; y por su mandado dijeron los
Ángeles a San Joaquín estas razones:
669. Varón de Dios, sea el Altísimo y poderoso tu salud
eterna y envíete de su lugar santo el auxilio necesario y
oportuno para tu alma. María, tu hija, nos envía para
asistir contigo en esta hora que has de pagar a tu Criador
la deuda de la muerte natural. Ella es fidelísima y
poderosa intercesora tuya con el Altísimo, en cuyo nombre
y paz parte de este mundo consolado y alegre,
porque te hizo padre de tan bendita hija. Y aunque Su
Majestad incomprensible, por sus ocultos juicios, no te ha
manifestado hasta ahora el sacramento y dignidad en
que ha de constituir a tu hija, quiere que lo conozcas
ahora, para que le magnifiques y alabes y juntes el júbilo
de tu espíritu con tal nueva al dolor y tristeza natural de
la muerte. María, tu hija y nuestra Reina, es la escogida
por el brazo del Omnipotente para que en sus entrañas
se vista de carne y forma humana el Verbo Divino. Ella ha
de ser la feliz Madre del Mesías y la bendita entre las
mujeres, la superior a todas las criaturas y sólo al mismo
Dios inferior. Tu hija dichosísima ha de ser la Reparadora
de lo que perdió el linaje humano por la primera culpa y
el monte alto donde se ha de formar y establecer la
nueva ley de gracia; y si dejas ya en el mundo su
Restauradora y una hija por quien le prepara Dios el
remedio oportuno, parte de él con júbilo de tu alma, y
26
bendígate el Señor desde Sión (Sal.,127, 5) y te
constituya entre la parte de los Santos, para que llegues
a la vista y gozo de la feliz Jerusalén.
670. Cuando los Ángeles Santos hablaron a San
Joaquín estas palabras, estaba su esposa Santa Ana
presente, asistiendo a la cabecera de su lecho, y las oyó
y entendió por Divina disposición; y al mismo punto el
Santo Patriarca Joaquín perdió el habla y, entrando en la
vereda común de toda carne, comenzó a agonizar con
una lucha maravillosa entre el júbilo de tan alegre nueva
y el dolor de su muerte. En este conflicto con las
potencias interiores hizo muchos y fervorosos actos de
amor divino, de fe, de admiración, de alabanza, de
agradecimiento y humillación, y otras virtudes ejercitó
heroicamente; y así absorto en el nuevo conocimiento de
tan Divino Misterio, llegó al término de la vida natural
con la preciosa muerte de los santos (Sal., 115, 15). Su
Alma Santísima fue llevada por los Ángeles al Limbo de
los Santos Padres y justos; y para nuevo consuelo y luz de
la prolija noche con que vivían, ordenó el Altísimo que el
alma del Santo Patriarca Joaquín fuese el nuevo
paraninfo y legado de su gran Majestad, que diese parte
a toda aquella congregación de justos cómo amanecía ya
el día de la eterna luz y era nacida el alba María
Purísima, hija de Joaquín y de Ana, de quien nacería el
Sol de la Divinidad, Cristo Reparador de todo el linaje
humano. Estas nuevas oyeron los Santos Padres y Justos
del Limbo, y con el júbilo que recibieron, hicieron nuevos
cánticos de alabanza al Altísimo.
671. Sucedió esta feliz muerte del patriarca San
Joaquín medio año —como dije arriba (Cf. supra n. 668)—
después que su hija María Santísima entró en el Templo,
que eran tres y medio de su tierna edad, cuando quedó
sin padre natural en la tierra; y de la edad del Patriarca
eran sesenta y nueve años, partidos y divididos en esta
27
forma: de cuarenta y seis años recibió a Santa Ana por
esposa, a los veinte años del matrimonio tuvieron a María
Santísima, y tres y medio que Su Alteza tenía, hacen los
sesenta y nueve y medio, día más o menos.
672. Difunto el Santo Patriarca y padre de nuestra
Reina, volvieron luego a su presencia los Santos Ángeles
de su custodia, que la dieron noticia de todo lo sucedido
en el tránsito de su padre; y luego la prudentísima niña
solicitó con oraciones el consuelo de su madre Santa Ana,
pidiendo al Señor la gobernase y asistiese como padre
en la soledad que la dejaba la falta de su esposo
Joaquín. Envióle también la misma Santa Ana el aviso de
la muerte, y diéronsele primero a la maestra de nuestra
divina Princesa, para que dándole noticia de ello la
consolase. Hízolo así la maestra, y la niña sapientísima la
oyó con disimulación y agrado, pero con paciencia y
modestia de Reina, y que no ignoraba el suceso que la
refería su maestra por nuevo. Pero como en todo era
perfectísima, se fue luego al Templo repitiendo el
sacrificio de alabanza, humildad, paciencia y otras
virtudes y oraciones, procediendo siempre con pasos tan
acelerados como hermosos (Cant.,7, 1) en los ojos del
Muy Alto. Y para el colmo de estas acciones, como de las
demás, pedía a los Santos Ángeles concurriesen con ella
y la ayudasen a bendecirle y alabarle.
Doctrina que me dio la Reina del cielo.
673. Hija mía, repite muchas veces en tu secreto el
aprecio que debes hacer del beneficio de los trabajos,
que la oculta providencia dispensa con justificación a los
mortales. Estos son los juicios justificados en sí mismos, y
más estimables que las preciosas piedras y el oro, y más
dulces que el panal de miel (Sal., 18, 10-11), para quien
tiene concertado el gusto de la razón. Quiero, alma, que
adviertas que padecer y ser trabajada la criatura sin
28
culpa, o no, por ellas, es beneficio de que no puede ser
digna sin grande misericordia del Altísimo; y el dar a
padecer por sus culpas, aunque es misericordia, tiene
mucho de justicia. Conforme a esto advierte ahora la
común insania de los hijos de Adán, que todos quieren y
apetecen regalos, beneficios y favores de su gusto
sensibles, y se desvelan y trabajan por arrojar de sí lo
penoso y prevenir que no les toque el dolor de los
trabajos; y siendo así que su mayor dicha fuera
buscarlos con diligencia sin merecerlos, la ponen toda
en desviar lo que merecen, y sin lo que no pueden ser
dichosos ni bienaventurados.
674. Si el oro huye de la hornaza, el hierro de la lima, el
grano del molino y del trillo, las uvas de la prensa, todos
serán inútiles y no se conseguirá el fin para que fueron
criados. Pues ¿cómo se dejan engañar los mortales,
suponiendo que estando llenos de feos vicios y
abominaciones de culpas, sin la hornaza y sin la lima de
los trabajos, han de salir puros y dignos de gozar de Dios
eternamente? Si cuando fueran inocentes no eran aptos
ni beneméritos de conseguir el bien infinito y eterno por
premio y por corona ¿cómo lo serán estando en tinieblas
y en desgracia del mismo Dios? Y sobre todo esto los hijos
de la perdición emplean todo su desvelo en conservarse
indignos y enemigos de Dios y en arrojar de sí la cruz de
los trabajos, que son el camino para volver al mismo Dios,
la luz del entendimiento, desengaño de lo aparente,
alimento de los justos, medio único de la gracia, precio
de la gloria y sobre todo herencia legítima de mi Hijo y
mi Señor que eligió para sí y para sus electos, naciendo y
viviendo siempre en trabajos y muriendo en Cruz.
675. Por aquí, hija mía, has de medir el precio del
padecer, que los mundanos no alcanzan; porque son
indignos de esta ciencia Divina, y como la ignoran la
desprecian. Alégrate y consuélate en las tribulaciones, y
29
cuando el Altísimo se dignare de enviarte alguna, procura
tú salirle al encuentro, para recibirla como bendición
suya y prenda de su amor y gloria. Dilata tu corazón con
la magnanimidad y constancia, para que en la ocasión
del padecer seas igual y la misma que eres en lo
próspero y en los propósitos; y no cumplas con tristeza lo
que prometes con alegría (2 Cor., 9, 7); porque el Señor
ama a quien es el mismo en dar y en ofrecer. Sacrifica,
pues, tu corazón y potencias en holocausto de paciencia
y cantarás con cánticos nuevos de alegría y alabanza las
justificaciones del Altísimo, cuando en el lugar de tu
peregrinación te señalare y tratare como suya con la
señal de su amistad, que son los trabajos y cruz de las
tribulaciones.
676. Advierte, carísima, que mi Hijo Santísimo y yo
deseamos tener entre las criaturas alguna alma de las
que han llegado al camino de la cruz, a quien
pudiésemos enseñar ordenadamente esta Divina ciencia,
y desviarla de la sabiduría mundana y diabólica, en que
los hijos de Adán con ciega porfía se quieren adelantar y
arrojar de sí la saludable disciplina de los trabajos. Si
quieres ser nuestra discípula entra en esta escuela,
donde sólo se enseña la doctrina de la Cruz, y busca en
ella el descanso y las delicias verdaderas. Con esta
sabiduría no se compadece el amor terreno de los
deleites sensibles y riquezas; no la vana ostentación y
pompa que fascina los flacos ojos de los mundanos,
codiciosos de la honra vana, de lo precioso y grande que
lleva tras de sí la admiración de los ignorantes. Tú, hija
mía, ama y elige para ti la mejor parte y ser de las ocultas
y olvidadas del mundo. Madre era yo del mismo Dios
Humanado y Señora por esta parte de todo lo criado con
mi Hijo Santísimo, pero fui poco conocida, y Su Majestad
muy despreciado de los hombres; y si no fuera esta
doctrina la más estimable y segura, no la enseñáramos
con ejemplo y con palabras: ésta es la luz que luce en las
30
tinieblas (Jn., 1, 5), amada de los escogidos y aborrecida
de los réprobos.
CAPITULO 17
Comienza a padecer en su niñez la Princesa del
Cielo María Santísima; auséntasele Dios; sus querellas
dulces y amorosas.
677. El Altísimo, que con infinita sabiduría dispensa el
gobierno de los suyos en peso y medida (Sab., 11, 21),
determinó ejercitar a nuestra divina Princesa con algunos
trabajos proporcionados a su edad y estado de la niñez,
aunque siempre grande en la gracia, que por este medio
le quería acrecentar con mayor gloria. Muy llena estaba
de sabiduría y gracia nuestra niña María; pero con todo
eso convenía que fuese estudiante de experiencia y en
ella se adelantase y aprendiese la ciencia del padecer
trabajos, que con el uso llega a su última perfección y
valor. En el breve curso de sus tiernos años había gozado
de las delicias del Altísimo y sus regalos de los Santos
Ángeles, también de sus padres, y en el Templo de los de
su maestra y sacerdotes, porque en los ojos de todos era
graciosa y amable; convenía ya que del bien que poseía
comenzase a tener otra nueva ciencia y conocimiento que
se adquiere con la ausencia y privación de él, y nuevo uso
que ocasiona de las virtudes, confiriendo el estado de los
regalos y caricias con el de la soledad, sequedad y
tribulaciones.
678. El primero de los trabajos que padeció nuestra
Princesa fue suspender el Señor las continuas visiones
que la comunicaba; y fue tanto mayor este dolor, cuanto
él era nuevo y desacostumbrado, y más alto y precioso el
tesoro que perdía de vista. Ocultáronsele también los
Santos Ángeles, y con el retiro de tantos, tan excelentes y
divinos objetos que a un mismo tiempo se escondieron de
31
su vista, aunque no se alejaron de su compañía y
protección, quedó aquella alma purísima a su parecer
como desierta y sola en la noche oscura de la ausencia
de su Amado que la vestía de luz.
679. Hízole novedad este suceso a nuestra Niña Reina;
porque el Señor, aunque la había prevenido por mayor
para recibir trabajos, no la había determinado cuáles
serían. Y como el cándido corazón de la sencillísima
paloma nada podía pensar ni obrar que no fuese fruto de
su humildad y amor incomparable, resolvíase toda en
estas dos virtudes: con la humildad atribuía a su
ingratitud no haber merecido la presencia y posesión del
bien perdido, y con el encendido amor le solicitaba y
buscaba con tales y tan amorosos afectos y dolor, que no
hay palabras para encarecerlo. Convertíase toda al
Señor en aquel nuevo estado que sentía, y díjole:
680. Dios Altísimo y Señor de todo lo criado, en bondad
infinito y rico en misericordias, confieso, Dueño mío, que
tan vil criatura no pudo merecer vuestras favores, y mi
alma con íntimo dolor se recela de su propia ingratitud y
vuestro desagrado. Si ella se ha interpuesto para
eclipsarme el sol que me animaba, vivificaba y alumbraba
y he sido remisa en el retorno de tantos beneficios,
conozca yo, Señor y Pastor mío, la culpa de mi grosero
descuido. Si como ignorante y simple ovejuela no supe
ser agradecida y obrar lo más acepto a vuestros ojos,
postrada estoy en tierra y unida con el polvo, para que
vos, mi Dios, que habitáis en las alturas, me levantéis por
pobre y destituida (Sal., 112, 5-7). Vuestras manos
poderosas me formaron (Job 10, 8) y no podéis ignorar
nuestro figmento (Sal., 102, 14) y en qué vaso depositáis
vuestros tesoros. Mi alma desfallece en su amargura
(Sal., 30, 11); y en vuestra ausencia, que sois su dulce
vida, nadie puede dar alimento a mi deliquio. ¿Adonde
iré de vos ausente? ¿Adonde volveré los ojos sin la luz
32
que los alumbra? ¿Quién me consolará si todo es pena?
¿Quién me preservará de la muerte sin la vida?
681. Volvíase también a los Santos Ángeles y
continuando sin cesar en sus querellas amorosas, les
hablaba y les decía: Príncipes Celestiales, embajadores
del supremo y gran Rey de las alturas y amigos
fidelísimos de mi alma ¿por qué también me habéis
dejado? ¿Por qué me priváis de vuestra dulce vista y me
negáis vuestra presencia? Pero no me admiro, Señores
míos, de vuestro enojo, si por desgracia mía he
merecido caer en el de vuestro Criador y mío. Luceros de
los cielos, alumbrad en esta mi ignorancia a mi entendimiento
y si tengo culpa corregidme y alcanzad de mi
Dueño me perdone. Nobilísimos cortesanos de la feliz
Jerusalén, doleos de mi aflicción y desamparo; decidme
dónde fue mi amado; decidme donde se ha escondido;
decidme dónde le hallaré sin andar vagueando y
discurriendo por los rebaños de todas las criaturas
(Cant., 1, 6). Pero ¡ay de mí, que tampoco me respondéis
vosotros, siendo tan corteses y que expresamente
conocéis las señas de mi Esposo, porque no os arroja de
la vista de su rostro y hermosura!
682. Convertíase luego al resto de las otras criaturas y
con repetidas ansias de amor hablaba con ellas, y decía:
Sin duda que vosotras, que también estáis armadas
(Sab., 5, 18) contra los ingratos, estaréis indignadas,
como agradecidas, contra quien no lo ha sido; pero si
por la bondad de mi Señor y vuestro me consentís entre
vosotras, aunque yo soy la más vil, no podéis satisfacer a
mi deseo. Muy bellos y espaciosos sois los cielos,
hermosos y refulgentes los planetas y todas las estrellas,
grandes e invencibles los elementos, adornada la tierra
y vestida de plantas olorosas y de yerbas, innumerables
los peces de las aguas, admirables las elevaciones del
mar (Sal., 92, 4), ligeras las aves veloces, los minerales
33
ocultos, fuertes los animales y todo junto es una
continuada escala y una dulce armonía para llegar a la
noticia de mi Amado; pero son largos rodeos para quien
ama; y cuando por todos camine con presteza, al fin me
quedo y hallo ausente de mi bien; y con la cierta relación
que me dais las criaturas de su hermosura sin medida, no
se quieta mi vuelo, no se templa el dolor, no se modera
mi pena, crece mi congoja, aumentase el deseo,
inflamase el corazón y en el no saciado amor la vida
terrena desfallece. ¡Oh dulce muerte sin mi vida! ¡Oh
penosa vida sin mi alma y sin mi Amado! ¿Qué haré?
¿Adonde volveré? ¿Dónde vivo? Pero ¿dónde muero? Pues
me faltó la vida ¿qué virtud es la que sin ella me
sustenta? ¡Oh vosotras todas las criaturas que con vuestra
repetida conservación y perfecciones me dais tantas
señas de mi Dueño, atended si hay dolor semejante al
mío! (Lam., 1, 12)
683. Otras muchas razones formaba en su pecho y
repetía en su lengua nuestra divina Señora, que no
pueden caer en otro pensamiento criado; porque sola su
prudencia y amor alcanzaron el peso y sentimiento del
ausentarse Dios de una alma, habiéndole gustado y
conocido como la de Su Alteza. Pero si los mismos Ángeles,
como con una emulación amorosa y santa, se
admiraban de ver en una pura criatura y tierna niña tanta
variedad de acciones prudentísimas de humildad, de fe,
de amor, afectos y vuelos del corazón, ¿quién podrá
explicar el agrado y beneplácito del mismo Señor en el
alma de su electa y sus movimientos, que cada uno hería
el corazón de Su Majestad, y procedía de mayor gracia y
amor que cuanto había puesto en los mismos Serafines? Y
si todos ellos a la vista de la Divinidad no sabían ejercer
ni imitar las acciones de María Santísima ni guardar las
leyes del amor con tanta perfección como ella, estando
ausente y escondido el mismo Dios, ¿qué complacencia
sería la que con tal objeto recibía toda la Beatísima Tri34
nidad? Oculto misterio es éste para nuestra bajeza; pero
debemos reverenciarle con admiración y admirarle con
toda reverencia.
684. No hallaba nuestra candidísima paloma donde su
corazón pudiera sosegar, ni descansar el pie (Gén., 8, 9)
de sus afectos, que con repetidos vuelos y gemidos
discurrían sobre todas las criaturas. Iba muchas veces al
Señor con lágrimas y suspiros amorosos, volvía y
solicitaba a los Ángeles de su guarda y despertaba a
todas las criaturas, como si fueran todas capaces de
razón; subía a aquella habitación altísima con su
ilustrado entendimiento y ardentísimo afecto, donde el
sumo bien se le hacía encontradizo y gozaba recíprocamente
sus inefables delicias. Pero el supremo Señor y
enamorado Esposo, que se dejaba poseer y no gozar de
su querida, enardecía más y más aquel purísimo corazón
con poseerle, acrecentando sus méritos y poseyéndole de
nuevo por nuevos y ocultos dones, para que más poseído
más le amase y más amado y poseído le buscase con
nuevas invenciones y ansias de amor inflamado. Búsquele
—decía la divina Princesa— y no le hallé; levantaréme de
nuevo y, discurriendo más por las calles y plazas de la
ciudad de Dios, renovaré mis cuidados (Cant., 3, 1-2).
Pero ¡ay de mí, que mis manos destilaron mirra (Cant., 5,
5), no bastan mis diligencias, no son poderosas mis obras
más de para acrecentar mi dolor! Busqué al que ama mi
corazón, búsquele y no le hallé. Ya mi querido se ausentó;
llámele y no me respondió; volví los ojos a buscarle, pero
las guardas de la ciudad y centinelas y todas las
criaturas me fueron enojosas y me ofendieron con su
vista. Hijas de Jerusalén, almas santas y justas, yo os
ruego, yo os suplico, si encontráredeis a mi querido, le
digáis que desfallezco y muero de su amor (Cant., 3, 1-5).
685. En estas endechas dulces y amorosas se ocupó
continuamente nuestra Reina algunos días, derramando
35
fragantísimos olores de suavidad aquel humilde nardo,
en sus recelos despreciado del Señor, que descansaba en
el retrete de su fidelísimo corazón. Y la Divina
Providencia, para mayor gloria suya y superabundantes
merecimientos de su Esposa, alargó este plazo de suerte
que se continuó algún tiempo, aunque no fue muy largo;
pero en él padeció la divina Señora más tormentos
espirituales y trabajos que todos los Santos juntos;
porque llegando a sospechar y recelarse si había perdido
a Dios y caído en su desgracia por culpa suya, nadie
puede encarecer ni conocer, fuera del mismo Señor,
cuánto y cuál sería el dolor de aquel ardiente corazón
que tanto supo amar; y para ponderarlo tenía el mismo
Dios, y para sentirlo lo dejaba Su Majestad en los recelos
y temores de haberlo perdido.
Doctrina que me dio mi Señora y Reina.
686. Hija mía, todos los bienes se estiman según el
aprecio que de ellos hacen las criaturas, y en tanto los
aprecian, en cuanto conocen ser bienes; pero como sólo
es uno el verdadero bien, y los demás fingidos y
aparentes, sólo este sumo bien debe ser apreciado y
conocido; y entonces llegarás a darle la estimación y
amor cuando le gustares y conocieres y apreciares sobre
todo lo criado. Por este aprecio y amor se regula el dolor
de perderle; y así entenderás algo de los afectos que yo
sentí cuando se me ausentaba el bien eterno, dejándome
temerosa si acaso por culpas le perdía. Y es sin duda que
muchas veces el dolor de estos recelos y la fuerza del
amor me privaran de la vida, si el mismo Señor no la
conservara.
687. Pondera, pues, ahora, cuál debe ser el dolor de
perder a Dios verdaderamente por pecados, si en una
alma que no siente los malos efectos de la culpa puede
causar tanto dolor la ausencia del verdadero bien;
36
siendo así que no le pierde, antes le posee, aunque
disimulado y oculto a su propio dictamen. Esta
sabiduría no llega a la mente de los hombres carnales,
antes con estultísima ceguedad aprecian el aparente: y
fingido bien y se atormentan y desconsuelan de que les
falte. Pero del sumo y verdadero bien no hacen
concepto ni estimación, porque nunca le gustaron ni
conocieron. Y aunque esta ignorancia formidable
contraída por el primer pecado la desterró mi Hijo
Santísimo, mereciéndoles la Fe y la Caridad, para que
pudiesen conocer y gustar en algún modo el bien que
nunca habían experimentado, pero ¡ay dolor! que la
caridad se pierde y por cualquier deleite se pospone y
la fe quedando ociosa y muerta no aprovecha; y así
viven los hijos de las tinieblas, como si de la eternidad
sólo tuviesen una fingida o dudosa relación.
688. Teme, alma, este peligro nunca bastantemente
ponderado; desvélate y vive siempre advertida y
prevenida contra los enemigos que jamás duermen. Tu
meditación de día y de noche sea cómo trabajarás para
no perder el sumo bien que amas. No te conviene dormir
ni dormitar entre invisibles enemigos, y si tal vez se te
escondiere tu amado, espera con paciencia y búscale con
solicitud sin descansar, que no sabes sus ocultos juicios; y
para el tiempo de la ausencia y tentación lleva prevenido
el aceite (Mt., 25, 4) de la Caridad y sana intención, para
que no te falte y seas reprobada con las vírgenes estultas
y necias.
CAPITULO 18
Continúanse otros trabajos de nuestra Reina y
algunos que permitió el Señor por medio de criaturas y
de la antigua serpiente.
689. Perseveraba siempre el Altísimo escondido y oculto
37
con la Princesa del Cielo; y a este trabajo, que era el
mayor, añadió Su Majestad otros con que se acrecentase
el mérito, la gracia y la corona, inflamándose más el
castísimo amor de la divina Señora. El Dragón grande y
antigua serpiente Lucifer estaba atento a las obras
heroicas de María Santísima; y si bien de las interiores no
podía ser testigo de vista, porque se las ocultaron, pero
estaba en asechanza de las exteriores, que eran tan
altas y perfectas cuanto bastaba para atormentar la
soberbia e indignación de este envidioso enemigo;
porque le ofendía sobre toda ponderación la pureza y
santidad de la niña María.
690. Movido con este furor juntó un conciliábulo en el
infierno, para consultar sobre este negocio a los
superiores príncipes de las tinieblas, y congregados les
propuso este razonamiento: El gran triunfo que hoy
tenemos en el mundo con la posesión de tantas almas
como rendimos a nuestra voluntad, me recelo y temo se
ha de ver deshecho y humillado por medio de una mujer;
y no podemos ignorar este peligro, pues le conocimos en
nuestra creación y después se nos notificó la sentencia
que la mujer nos quebrantaría la cabeza (Gén., 3, 15);
por lo cual nos conviene estar en vela y no tener
descuido. Noticia tenéis ya de una niña que nació de Ana
y va creciendo en edad y juntamente señalándose en
virtudes; yo he puesto mi atención en todas sus acciones,
movimientos y obras y no he reconocido, al tiempo común
de entrar en el discurso y llegar a sentir sus pasiones
naturales, que en ella se descubran los efectos de
nuestra semilla y malicia como en los demás hijos de
Adán se manifiestan. Véola siempre compuesta y
perfectísima, sin poderla inclinar ni reducir a las
parvuleces pecaminosas y humanas o naturales de otros
niños, y por estos indicios me recelo si ésta es la
escogida para Madre del que se ha de hacer hombre.
38
691. Pero no me puedo persuadir a esto; porque nació
como los demás y sujeta a las leyes comunes de la
naturaleza, y sus padres hicieron oración y ofrendas para
que a ellos y a ella les fuera perdonada la culpa, siendo
llevada al templo como las demás mujeres. Con todo
eso, aunque no sea ella la escogida contra nosotros,
tiene grandes principios en su niñez y prometen para
adelante señalada virtud y santidad, y no puedo tolerar
su modo de proceder con tanta prudencia y discreción. Su
sabiduría me abrasa, su modestia me irrita, su paciencia
me indigna y su humildad me destruye y oprime y toda
ella me provoca a insufrible furor y la aborrezco más que
a todos los hijos de Adán. Tiene no sé qué virtud especial,
que muchas veces quiero llegar a ella y no puedo, y si le
arrojo sugestiones no las admite, y todas mis diligencias
con ella hasta ahora se han desvanecido sin tener efecto.
Aquí nos importa a todos el remedio y poner mayor
cuidado para que nuestro principado no se arruine. Yo
deseo más la destrucción de esta alma sola que de todo
el mundo. Decidme, pues, ahora, qué medios, qué
arbitrios tomaremos para vencerla y acabar con ella; que
yo ofrezco los premios de mi liberalidad a quien lo
hiciere.
692. Ventilóse el caso en aquella confusa sinagoga,
sólo para nuestro daño concertada, y entre otros
pareceres dijo uno de aquellos horribles consiliarios:
Príncipe y señor nuestro, no te atormentes con tan
pequeño cuidado, que una mujercilla flaca no será tan
invencible y poderosa como lo somos todos los que te
seguimos. Tú engañaste a Eva (Gén., 3, 4), derribándola
del feliz estado que tenía, y por ella venciste a su cabeza
Adán; pues ¿cómo no vencerás a esa Mujer su
descendiente, que nació después de su primera caída?
Prométete desde luego esta victoria; y para conseguírla
determinemos, aunque resista muchas veces, perseverar
en tentarla; y si necesario fuere que deroguemos en
39
alguna cosa nuestra grandeza y presunción, no
reparemos en ello a trueco de engañarla; y si no bastare,
procuraremos destruir su honra, y quitarémosle la vida.
693. Otros demonios añadieron a esto, y dijeron a
Lucifer: Experiencia tenemos, ¡oh poderoso príncipe!, que
para derribar muchas almas es medio poderoso valemos
de otras criaturas como eficaz medio para obrar lo que
por nosotros mismos no alcanzamos, y por este camino
trazaremos y fabricaremos la ruina de esta mujer,
observando para esto el tiempo y coyunturas más
oportunas que nos ofreciere con su proceder. Y sobre
todo importa que apliquemos nuestra sagacidad y
astucia para que una vez pierda la gracia con algún
pecado y, en faltándole este apoyo y protección de los
justos, la perseguiremos y comprenderemos como a quien
está sola y sin haber en ella quien la pueda librar de
nuestras manos, y trabajaremos hasta reducirla a la
desconfianza del remedio.
694. Agradeció Lucifer estos arbitrios y esfuerzo que le
dieron sus secuaces cooperadores de la maldad, y
recíprocamente les mandó y exhortó le acompañasen los
más astutos en la malicia, constituyéndose de nuevo por
caudillo de tan ardua empresa; porque no la quiso fiar de
otras manos que las suyas. Y aunque le asistían otros
demonios, pero el mismo Lucifer en persona se halló
siempre el primero en tentar a María y a su Hijo
Santísimo en el desierto, y en el discurso de sus vidas,
como en ésta veremos adelante.
695. Por todo este tiempo nuestra divina Princesa
continuaba las congojas y dolor de la ausencia de su
Amado, cuando aquella infernal cuadrilla embistió de
tropel para tentarla. Pero la virtud Divina que la hacía
sombra impidió los conatos de Lucifer para que no
pudiese acercarse mucho a ella, ni ejecutar todo lo que
40
intentaba; pero con permiso del Altísimo le arrojaban en
sus potencias muchas sugestiones y pensamientos varios
de suma iniquidad y malicia; porque no extrañó el Señor
que la Madre de la Gracia fuese también tentada en
todo, pero sin pecado (Heb., 4, 15), como lo había de ser
después su Hijo Santísimo.
696. En este nuevo conflicto no se puede fácilmente
concebir cuánto padeció el purísimo y candidísimo
corazón de María, viéndose rodeada de sugestiones tan
extrañas y distantes de su inefable pureza y de la alteza
de sus divinos pensamientos. Y como la antigua serpiente
la reconocía a la gran Señora afligida y llorosa, pretendió
con esto cobrar mayor esfuerzo, cegándole su misma
soberbia, porque ignoraba el secreto del cielo. Pero
animando a sus infernales ministros, les dijo:
Persigámosla ahora, persigámosla, que ya parece
logramos nuestros intentos y siente la tristeza, camino de
la desconfianza.—Y con este engaño le enviaron nuevos
pensamientos de desmayo y desconfianza y con terribles
imaginaciones la combatieron, aunque en vano, porque
herida la piedra de la generosa virtud, con mayor fuerza
despide más centellas y fuego de divino amor. Estuvo
nuestra invencible Reina tan superior e inmóvil a la
batería del infierno, que en su interior ni se alteró, ni dio
por entendida a tantas sugestiones, más de para
reconcentrarse en sus incomparables virtudes y levantar
más la llama del divino incendio de amor que en su
pecho ardía.
697. Como ignoraba el Dragón la oculta sabiduría y
prudencia de nuestra Soberana Princesa, aunque la
reconocía fuerte y sin turbarle las potencias, y sentía la
resistencia de la virtud Divina, con todo eso perseveraba
en su antigua soberbia, acometiendo a la Ciudad de Dios
por diversos modos y baterías. Pero, aunque el astuto
enemigo con un mismo afecto mudaba los ingenios,
41
venían a ser sus máquinas como las de una débil hormiga
contra un muro diamantino. Era nuestra Princesa la mujer
fuerte, de quien se puede fiar el corazón de su varón
(Prov., 31, 11) sin recelos de hallar frustrados sus deseos.
Era su adorno la fortaleza que la llenaba de hermosura; y
su vestido que le servía de gala, eran la Pureza y
Caridad. No podía sufrir la inmunda y altiva serpiente
este objeto, cuya vista le deslumbraba y turbaba con
nueva confusión; y así trató de quitarla la vida,
forcejando mucho en esto todo aquel escuadrón de
espíritus malignos; y en este conato gastaron algún
tiempo, sin más efecto que en los demás.
698. Grande admiración me ha hecho el conocimiento
de este sacramento tan oculto, considerando a lo que se
extendió el furor de Lucifer contra María Santísima en sus
primeros años, y por otra parte la oculta y vigilante
protección del Altísimo para defenderla. Veo al Señor
cuán atento estaba a su Esposa electa y única entre las
criaturas; y miro juntamente a todo el infierno convertido
en furor contra ella, y estrenando la suma indignación
que hasta entonces no había ejecutado con otra criatura,
y la facilidad en que el poder Divino desvanecía todo el
poder y astucia infernal. ¡Oh más que infeliz y mísero
Lucifer, cuánto es mayor tu soberbia y arrogancia que tu
fortaleza! (Is., 16, 6) Muy débil y enano eres para tan loca
presunción; desconfía ya de ti y no te prometas tantos
triunfos, pues una tierna niña quebrantó tu cabeza, y en
todo y por todo te dejó vencido. Confiesa que vales y
sabes poco, pues ignoraste el mayor sacramento del Rey,
y que te humilló su poder con el instrumento que tú
despreciabas, de una mujer flaca y niña en la
condición de su naturaleza. ¡Oh cómo sería grande tu
ignorancia, si los mortales se valiesen de la protección
del Altísimo, y del ejemplar e imitación e intercesión de
esta victoriosa y triunfadora Señora de los Ángeles y los
hombres!
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699. Entre estas alternadas tentaciones y combates era
incesante la oración fervorosa de María Santísima, y
decía al Señor: Ahora, Dios mío Altísimo, que estoy en la
tribulación, estaréis conmigo (Sal., 90, 15); ahora que de
todo mi corazón os llamo y busco vuestras justificaciones
(Sal., 118, 145), llegarán mis peticiones a vuestros oídos;
ahora que padezco tan gran violencia, responderéis por
mí (Is., 38, 14); vos, Señor y Padre mío, sois mi fortaleza y
mi refugio (Sal., 30, 4), y por vuestro santo nombre me
sacaréis del peligro, me encaminaréis para el seguro
camino y me alimentaréis como hija vuestra.—Repetía
también muchos misterios de la Sagrada Escritura, y en
especial los Salmos que hablan contra los enemigos
invisibles; y con estas invencibles armas, sin perder un
átomo de la paz, igualdad y conformidad interior, antes
confirmándose más en ella, elevado su purísimo
espíritu en las alturas, peleaba, resistía y vencía a
Lucifer con incomparable agrado del Señor y
merecimientos.
700. Vencidas ya estas ocultas tentaciones y peleas,
comenzó otro nuevo duelo la serpiente por medio e
intervención de las criaturas, y para esto arrojó
ocultamente algunas centellas de envidia y emulación
contra María Santísima en el pecho de las doncellas
compañeras suyas, que asistían en el Templo. Este
contagio tenía el remedio tanto más dificultoso, cuanto se
ocasionaba de la puntualidad con que nuestra divina
Princesa acudía al ejercicio de todas las virtudes,
creciendo en sabiduría y gracia para con Dios y con los
hombres; que donde pica la ambición de la honra, las
mismas luces de la virtud encandilan el juicio y le
deslumbran, y aun encienden la llama de la envidia.
Administrábales el Dragón a las simples doncellas
muchas sugestiones interiores, persuadiéndolas que a
vista del sol de María Santísima quedaban ellas
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oscurecidas y poco estimadas y que sus propias
negligencias eran más conocidas de la maestra y de los
sacerdotes y que sola María sería la preferida en estado
y estimación de todos.
701. Admitieron esta mala semilla en su pecho las
compañeras de nuestra Reina y, como poco advertidas y
ejercitadas en las batallas espirituales, la dejaron crecer
hasta que llegó a redundar en interior aborrecimiento
con la Purísima María. Este odio pasó a indignación, con
que la miraban y trataban no pudiendo sufrir la modestia
de la cándida paloma; porque el Dragón las incitaba,
revistiendo a las incautas doncellas del mismo furor
que él había concebido contra la Madre de las
virtudes. Perseverando más la tentación se fue también
manifestando en los efectos y llegaron las doncellas a
conferirla entre sí mismas, ignorando de qué espíritu
eran; y concertaron molestar y perseguir a la Princesa del
mundo, no conocida, hasta despedirla del Templo; y
llamándola aparte, la dijeron palabras muy pesadas,
tratándola con modo muy imperioso de gestera,
hipócrita y que sólo trataba de granjear con artificio la
gracia de la Maestra y sacerdotes y desacreditar a las
demás compañeras, murmurando de ellas y encareciendo
sus faltas, siendo ella la más inútil de todas, y que por
esto la aborrecían como al enemigo.
702. Estas contumelias y otras muchas oyó la
prudentísima Virgen sin recibir turbación alguna, y con
igual humildad respondió: Amigas y señoras mías, razón
tenéis por cierto que yo soy la menor y más imperfecta
de todas; pero vosotras, mis hermanas, como más
advertidas habéis de perdonar mis faltas y enseñar mi
ignorancia, encaminándome para que acierte en hacer lo
mejor y en daros gusto. Yo os suplico, amigas, que
aunque soy tan inútil, no me neguéis vuestra gracia, no
creáis de mí que deseo desmerecerla, porque os amo y
44
reverencio como sierva y lo seré en todo lo que gustareis;
haced experiencia de mi buena voluntad; mandadme,
pues, y decidme lo que de mí queréis.
703. No ablandaron estas humildes y suaves razones de
la modestísima María el pecho endurecido de sus amigas
y compañeras, poseídas de la saña furiosa que el Dragón
tenía contra ella; antes irritándose él más, las incitaba e
irritaba también a ellas, para que con la dulce triaca se
entumeciesen más la mordedura y veneno serpentino
derramado contra la mujer que había sido señal grande
en el cielo (Ap., 12, 15). Fuese continuando muchos días
esta persecución, sin que fuesen poderosas la humildad,
paciencia, modestia y tolerancia de la divina Señora para
templar el odio de sus compañeras; antes se avanzó el
demonio a proponerles muchas sugestiones llenas de
temeridad, para que pusiesen las manos en la
humildísima cordera y la maltratasen, y aun le quitasen
la vida. Pero el Señor no permitió que tan sacrílegos
pensamientos se ejecutasen, y a lo que más se
extendieron fue a injuriarla de palabra y darle algunos
empellones. Pasaba esta batalla en secreto, sin haber
llegado a noticia de la Maestra ni de los sacerdotes; y en
este tiempo la Santísima María granjeaba incomparables
merecimientos y dones del Altísimo con la materia que
se le ofrecía de ejercitar todas las virtudes con Su
Majestad y con las criaturas que la perseguían y
aborrecían. Con ellas hizo heroicos actos de Caridad y
humildad, dando bien por mal, bendiciones por
maldiciones, obsecraciones por blasfemias (1 Cor., 4, 12-
13) y cumpliendo en todo con lo perfecto y más alto de la
Divina Ley. Con el Altísimo ejercitó las más excelentes
virtudes, rogando por las criaturas que la perseguían,
humillándose con admiración de los Ángeles, como si
fuera la más vil de los mortales y merecedora de lo que
con ella hacían; y todas estas obras excedían al juicio de
los hombres y al más alto merecimiento de los Serafines.
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704. Sucedió un día que, atropelladas aquellas mujeres
de la tentación diabólica, llevaron a la princesa María a
un aposento retirado y, pareciéndoles estaban más a su
salvo, la llenaron de injurias y contumelias desmedidas
para irritar su mansedumbre y desquiciar su inmóvil
modestia con algún desairado ademán. Pero como la
Reina de las virtudes no podía ser esclava de algún vicio
ni por sólo un instante, mostróse más invencible su
paciencia cuando fue más necesaria, y las respondió
con mayor agrado y dulzura. Ofendidas ellas de no
conseguir su desordenado intento, alzaron la voz
destempladamente, de manera que siendo oídas en el
Templo, fuera de lo que se acostumbraba, causaron
grande novedad y confusión. Acudieron al ruido los
sacerdotes y Maestra y, dando lugar el Señor a esta
nueva aflicción de su Esposa, preguntaron con severidad
la causa de aquella inquietud. Y callando la mansísima
paloma, respondieron las otras doncellas con mucha
indignación, y dijeron: María de Nazaret nos trae a todas
inquietas y alteradas con su terrible condición, y fuera de
vuestra presencia nos desconsuela y provoca, de suerte
que si no sale del Templo no será posible tener todas paz
con ella. Si la sufrimos, es altiva, y si la reprendemos se
burla de todas, postrándose a los pies con fingida
humildad, y después lo murmura y lo inquieta todo entre
nosotras.
705. Los sacerdotes y Maestra llevaron a otro aposento
a la Señora del mundo y allí la reprendieron con la
severidad consiguiente al crédito que dieron por
entonces a sus compañeras; y habiéndola exhortado que
se enmendase y procediese como quien vivía en la casa
de Dios, la amenazaron que si no lo hacía la despedirían
y echarían del templo. Y esta amenaza fue el mayor
castigo que pudieron darle, aunque hubiera tenido
alguna culpa, siendo ignorante en todas las que le
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imputaban. Quien tuviere del Señor inteligencia y luz
para conocer alguna parte de la profundísima humildad
de María Santísima, entenderá algo de los efectos que en
su candidísimo corazón obraban estos misterios; porque
se juzgaba por la más vil de los nacidos y la más indigna
de vivir entre ellos y pisar la tierra. Enternecióse un poco
la Prudentísima Virgen con esta conminación y con
lágrimas respondió a los Sacerdotes, y les dijo: Señores,
yo agradezco el favor que me hacéis con reprenderme y
enseñarme como a tan imperfecta y vil mujer; pero
suplicóos me perdonéis, pues sois Ministros del Altísimo,
y disimulando mis defectos me gobernéis en todo para
que yo acierte mejor que hasta ahora a dar gusto a Su
Majestad y a mis hermanas y compañeras; que con la
gracia del Señor lo propongo de nuevo y comenzaré
desde hoy.
706. Añadió nuestra Reina otras razones llenas de
dulcísima candidez y modestia; con que la dejaron la
Maestra y Sacerdotes, advirtiéndola de nuevo de la
misma doctrina de que ella era sapientísima Maestra.
Fuese luego a las demás compañeras y doncellas y
postrándose a sus pies les pidió perdón, como si los
defectos que la imputaban pudieran caer en la que era
Madre de la inocencia. Admitiéronla ellas mejor por
entonces, juzgando que sus lágrimas eran efecto del
castigo y reprensión de los Sacerdotes y Maestra, a
quienes habían reducido a su intento mal gobernado. El
Dragón, que ocultamente iba urdiendo esta tela, levantó
a mayor altivez y presunción los incautos corazones de
todas aquellas mujeres y, como habían hecho camino en
el de los mismos Sacerdotes, prosiguieron con mayor
audacia en desacreditar y descomponer con ellos a la
Purísima Virgen. Para esto fabricaron nuevas
fabulaciones y mentiras con instinto del mismo Demonio;
pero nunca dio lugar el Altísimo que se dijese ni
presumiese cosa muy grave ni indecente de la que tenía
47
escogida para Madre Santísima de su Unigénito. Y sólo
permitió que la indignación y engaño de las doncellas del
templo llegase a encarecer mucho algunas pequeñas
aunque fingidas faltas que la imputaban, y que por mayor
hiciesen muchas hazañerías mujeriles; cuanto bastaba
para que ellas declarasen su inquietud y con ella y con
las reprensiones de la Maestra y Sacerdotes tuviese
nuestra humildísima Señora María ocasión de ejercitar
las virtudes y acrecentar los dones del Altísimo y el colmo
de merecimientos.
707. Todo lo hacía nuestra Reina con plenitud de agrado
en los ojos del Señor, que se recreaba con el olor
suavísimo de aquel humilde nardo (Cant., 1, 11),
maltratado y despreciado de las criaturas que no le
conocían. Repetía sus clamores y gemidos por la
ausencia continuada de su amado, y en una de estas
ocasiones le dijo: Sumo bien y Señor mío de misericordias
infinitas, si vos que sois mi Dueño y mi Hacedor me habéis
desamparado, no es mucho que todo el resto de las
criaturas me aborrezcan y se conviertan contra mí. Todo
lo merece mi ingratitud a vuestros beneficios; pero
siempre os reconozco y os confieso por mi refugio y mi
tesoro; Vos sólo sois mi bien, mi amado y descanso, y si lo
sois y os tengo ausente ¿cómo sosegará mi afligido
corazón? Las criaturas hacen conmigo lo que deben, pero
aun no llegan a tratarme como merezco, porque Vos,
Señor y Padre mío, en afligir sois parco y en premiar
liberalísimo. Descontad, Señor, mis negligencias con el
dolor de haberos ocultado a mi interior y pagad con larga
mano el bien que Vuestras criaturas me granjean,
obligándome a conocer más Vuestra bondad y mi vileza;
levantad, Señor, a la menesterosa del polvo de la tierra
(1 Sam., 2, 8) y renovad a la que es pobre y vilísima entre
las criaturas, y vea yo Vuestro Divino Rostro y seré salva
(Sal., 79, 4).
48
708. No será posible ni necesario referir todo lo que
sucedió a nuestra gran Princesa en esta prueba de sus
virtudes; pero, dejándola por ahora en ella, será vivo
ejemplar para llevar con dilatación cualquiera trabajo los
que necesitamos de las penas y de duros golpes para
satisfacer nuestros pecados y domar nuestra cerviz al
yugo de la mortificación. No cometió culpa ni se halló
dolo en nuestra inocentísima paloma, y padeció con
humilde silencio y tolerancia ser de balde aborrecida y
perseguida; pues hallémonos en su presencia
confundidos los que una leve injuria —que todas son muy
leves para quien tiene a Dios por enemigo— reputamos
por irreparable ofensa hasta vengarla. Poderoso era el
Altísimo para desviar de su escogida y Madre cualquiera
persecución y contrariedad, pero, si en esto usara de su
poder, no le manifestara en conservarla perseguida, ni le
diera prendas tan seguras de su amor, ni ella consiguiera
el dulce fruto de amar a los enemigos y perseguidores.
Indignos nos hacemos de tanto bien cuando en los
agravios levantamos el grito contra las criaturas y el
corazón soberbio contra el mismo Dios que en todo las
gobierna, y no se quieren sujetar a su Hacedor y Justificador
que sabe de lo que necesitan para su salud.
Doctrina de la Reina del Cielo María Santísima.
709. Pues adviertes, hija mía, en el ejemplar de estos
sucesos, quiero que él te sirva de doctrina y enseñanza
para que con aprecio la escondas en tu pecho,
dilatándole para recibir con alegría las persecuciones y
calumnias de las criaturas, si fueres participante de este
beneficio. Los hijos de perdición que sirviendo a la
vanidad ignoran el tesoro de padecer injurias y
perdonarlas, hacen honra de la venganza, que aun en los
términos de la ley natural es la mayor vileza y fealdad de
todos los vicios; porque se opone más a la razón natural y
nace de corazón no humano sino brutal o ferino y, por el
49
contrario, el que perdona las injurias y las olvida —
aunque no tenga Fe Divina ni luz del Evangelio— por esta
magnanimidad se hace superior, como rey de la misma
naturaleza; porque tiene de ella lo más noble y excelente
y no paga el vilísimo tributo de hacerse fiera irracional
con la venganza.
710. Y si tanto se opone el vicio de la venganza con la
misma naturaleza, considera, carísima, qué oposición
tendrá con la gracia y cuán odioso y aborrecible será el
vengativo en los ojos de mi Hijo Santísimo, que se hizo
hombre, murió y padeció sólo por perdonar y para que el
linaje humano alcanzase perdón de las injurias cometidas
contra el mismo Señor. Contra esta intención y
obras suyas y contra su misma naturaleza y bondad
infinita se opone la venganza; y cuanto en ella es, el
vengativo destruye todo punto al mismo Dios y sus obras;
y así merece singularmente por este pecado que le
destruya Dios con todo su poder. Entre el que perdona y
sufre las injurias y entre el vengativo, hay la misma
diferencia que entre el hijo único y heredero y el enemigo
mortal: éste provoca toda la fuerza de la indignación de
Dios y el otro merece todos los bienes y los adquiere;
porque en esta gracia es imagen perfectísima del Padre
Celestial.
711. Quiero, alma, entiendas que padecer las injurias
con igualdad de corazón y perdonarlas enteramente por
el Señor, será más grato a sus ojos que si por tu voluntad
hicieres rígidas penitencias y derramares tu propia
sangre. Humíllate a los que te persiguen, ámalos y ruega
por ellos con verdadero corazón; y con esto rendirás a tu
amor el corazón de Dios, subirás a lo perfecto de la
santidad y vencerás a todo el infierno. Aquel gran Dragón
que a todos persigue, le confundía yo con la humildad y
mansedumbre y no podía su furor tolerar estas virtudes y
más veloz que un rayo huía por ellas de mi presencia; y
50
así alcancé con ellas grandes victorias para mi alma y
gloriosos triunfos para la exaltación de divinidad. Cuando
alguna criatura se movía contra mí, no concebía
indignación contra ella, porque de verdad conocía era
instrumento del Altísimo, gobernado por su Providencia
para mi bien propio; y este conocimiento y considerarla
hechura de mi Señor y capaz de su gracia, me atraían
para que la amase con verdad y fuerza, y no sosegaba
hasta remunerarle este beneficio con alcanzarle, en
cuanto me era posible, la salvación eterna.
712. Procura, pues, y trabaja por imitar lo que has
entendido y escrito, y muéstrate mansísima, pacífica y
agradable a los que te fueren molestos; estímalos con
verdad en tu corazón; y no tomes venganza del mismo
Señor por tomarla de sus instrumentos, ni desprecies la
estimable margarita de las injurias; y cuanto es de tu
parte dales siempre bien por mal (Rom., 12, 14),
beneficios por agravios, amor por aborrecimientos,
alabanzas por vituperios, bendición por maldición; y
serás hija perfecta de tu Padre (Mt., 5, 45) y esposa
amada de tu Dueño, mi amiga y mi carísima.
CAPITULO 19
El Altísimo dio luz a los Sacerdotes de la inocencia
inculpable de María Santísima, y a ella de que estaba
cerca el tránsito dichoso de su madre Santa Ana; y
hallóse en él.
713. No dormía el Altísimo ni dormitaba (Sal., 120, 4)
entre les clamores dulces de su dilecta esposa María, si
bien disimulaba oírlos, recreándose con ellos en el
prolongado ejercicio de sus penas, que le ocasionaban
tan gloriosos triunfos y admiración y alabanza de los
espíritus soberanos. Perseveraba siempre el fuego lento
51
de aquella persecución ya dicha para que la divina fénix
María se renovase muchas veces en las cenizas de su
humildad y renaciese su purísimo corazón y espíritu en
nuevo ser y estado de la Divina gracia. Pero cuando ya
era tiempo oportuno de poner término a la ciega envidia
y emulación de aquellas engañadas doncellas, para que
sus parvuleces no pasasen a descrédito de la que había
de ser honra de toda la naturaleza y gracia, habló en
sueños al Sacerdote y le dijo el mismo Señor: Mi Sierva
María es agradable a mis ojos, es perfecta y escogida y
está sin culpa en lo que se le atribuye.—La misma
inteligencia y revelación tuvo Ana, la maestra de las
doncellas. Y a la mañana el Sacerdote y ella confirieron
la Divina luz y aviso que entrambos habían recibido; y con
este conocimiento del cielo se compungieron del engaño
padecido y llamaron a la princesa María pidiéndola perdón
de haber dado crédito a la falsa relación de las
doncellas y la propusieron todo lo que les pareció
conveniente para retirarla y defenderla de la
persecución que la hacían y las penas que la ocasionaban.
714. Oyó esta propuesta la que era Madre y origen de
la humildad y respondió al Sacerdote y Maestra: Señores,
yo soy a quien se deben las reprensiones, y os suplico no
desmerezca oírlas, pues como necesitada las pido y
estimo. La compañía de mis hermanas las doncelias para
mí es muy amable y no quiero perderla por mis deméritos,
pues tanto debo a todas por lo que me han sufrido y
en retorno de este beneficio las deseo más servir; pero si
me mandáis otra cosa, aquí estoy para obedecer a
Vuestra voluntad.—Esta respuesta de María Santísima
confortó y consoló más al Sacerdote y Maestra y
aprobaron su humilde petición; pero de allí adelante
atendieron más a ella mirándola con nueva reverencia y
afecto. Pidió la Virgen humildísima al Sacerdote la mano
y bendición, y también a la Maestra, como lo tenía de
52
costumbre, y con esto la dejaron. Pero como al sediento
se le van los sentidos y el apetito tras del agua cristalina
que se aleja, así quedó el corazón de María Señora
nuestra entre anhelado y dolorido por aquel ejercicio de
padecer, que como sedienta y abrasada en el amor
divino juzgaba que, con la diligencia que el Sacerdote y
Maestra querían hacer, le faltaría para adelante el
tesoro de los trabajos.
715. Retiróse luego nuestra Reina y a solas hablando
con el Altísimo le dijo: ¿Por qué, Señor y amado Dueño
mío, tanto rigor conmigo? ¿Por qué tan larga ausencia y
tanto olvido de quien sin Vos no vive? Y si en mi prolija
soledad sin vuestra vista dulce y amorosa me consolaban
las prendas ciertas de vuestro amor, cuales eran los
pequeños trabajos que padecía por él, ¿cómo viviré
ahora en mi deliquio sin este alivio? ¿Por qué, Señor, tan
presto alzáis la mano de este favor? ¿Quién fuera de vos
pudiera trocar el corazón de mis señores los Sacerdotes y
Maestra? Pero no merecía yo el beneficio de sus
caritativas reprensiones, no soy digna de padecer
trabajos, porque no lo soy tampoco de vuestra deseada
vista y regalada presencia. Si no he sabido obligaros,
Padre y Señor mío, yo enmendaré mis negligencias y si
me dais algún alivio a mi flaqueza, ninguno puede serlo
faltándole a mi alma la alegría de vuestra cara; pero en
todo espero, Esposo mío, con rendido afecto que se
cumpla vuestro Divino beneplácito.
716. Con este desengaño de los Sacerdotes y Maestra
del Templo se atajó la molestia que las doncellas daban
a nuestra soberana Princesa, y a ellas también moderó el
Señor, impidiendo juntamente al demonio que las
irritaba. Pero la ausencia con que estaba escondido de la
divina Esposa duró por diez años; cosa admirable; si bien
la interrumpía el Altísimo algunas veces corriendo la
cortina de su rostro, para que su querida tuviese algún
53
alivio; mas no fueron muchas las que dispensó en este
tiempo, y éstas con menos regalo y caricia que en los
primeros años de la niñez. Fue conveniente esta ausencia
del Señor, para que por el ejercicio de todas las virtudes
se dispusiese nuestra Reina con la perfección ejecutada
para la dignidad que el Altísimo la prevenía; y si gozara
siempre de la vista de Su Majestad por los modos que
sucesivamente la tenía en lo demás del tiempo, y arriba
declaramos (Cf. supra n. 615-645), no pudiera padecer
por el orden común de pura criatura.
717. Pero en este género de retiro y ausencia del Señor,
aunque a María Santísima le faltaban las visiones
intuitivas y de la Divina esencia y las de los Ángeles que
se dijo arriba, tenían su alma santísima y sus potencias
más dones de gracias y luz sobrenatural que alcanzaron
ni recibieron todos los Santos, porque en esto nunca la
mano del Altísimo estuvo abreviada con ella; mas, en
comparación de las visiones frecuentes de los primeros
años, llamo ausencia y retiro del Señor haber estado sin
ellas tanto tiempo. Comenzóle esta ausencia ocho días
antes de la muerte de su padre San Joaquín; y luego
sucedieron las persecuciones del infierno por sí y tras
ellas las de las criaturas, con que llegó nuestra Princesa
a los doce años de su edad. Y entrada ya en ellos, un día
los Santos Ángeles sin manifestársele la hablaron y
dijeron: María, el término de la vida de tu santa madre
Ana está dispuesto por el Altísimo se cumpla ahora, y Su
Majestad ha determinado que sea libre de las prisiones
del cuerpo mortal y sus trabajos tengan dichoso fin.
718. Con este nuevo y doloroso aviso se enterneció el
corazón de la piadosa hija y, postrándose en la presencia
del Altísimo, hizo una fervorosa oración por la buena
muerte de su madre Santa Ana, y dijo: Rey de los siglos
invisible y eterno, Señor inmortal y poderoso, autor de
todo el universo, aunque soy polvo y ceniza y confieso
54
que tendré desobligada a vuestra grandeza, no por eso
dejaré de hablar a mi Señor (Gén., 18, 27) y derramaré
mi corazón en su presencia (Sal., 61, 9), esperando, Dios
mío, que no despreciaréis a la que siempre ha confesado
vuestro Santo Nombre. Enviad, Señor mío, en paz a
vuestra sierva, que con invicta Fe y con Esperanza cierta
ha deseado cumplir vuestro Divino beneplácito. Salga
victoriosa y triunfante de sus enemigos al seguro puerto
de los Santos Vuestros escogidos; confírmela Vuestro
brazo poderoso; asístala en el término de la carrera de
nuestra mortalidad la misma diestra que hizo perfectas
sus pisadas y descanse, Padre mío, en la paz de Vuestra
gracia y amistad la que siempre la procuró con
verdadero corazón.
719. No respondió el Señor de palabra a esta petición
de su amada, pero la respuesta fue un admirable favor
que hizo a ella y a su Santa Madre Ana. Mandó Su
Majestad aquella noche que los Santos Ángeles de María
Santísima la llevasen real y personalmente a la presencia
de su madre enferma y que en su lugar quedase sustituto
uno de ellos, tomando cuerpo aéreo de su misma forma.
Obedecieron los Ángeles al Divino mandato y llevaron a
su Reina y nuestra a la casa y aposento de su madre
Santa Ana. Y hallándose con ella la divina Señora, la dijo
besándole la mano: Madre mía y mi Señora, sea el
Altísimo vuestra luz y fortaleza y sea bendito, pues no ha
querido su dignación que yo, pobre y necesitada,
quedase sin el beneficio de vuestra última bendición;
recíbala yo, madre mía, de vuestra mano.—Diole su
bendición Santa Ana, y con íntimo afecto dio al Señor las
gracias de aquel beneficio, como quien conocía el sacramento
de su hija y Reina, a la cual también agradeció el
amor que en tal ocasión había manifestado.
720. Luego se convirtió nuestra Princesa a su Santa
Madre y la confortó y animó para el trance de la
55
muerte; y entre otras muchas razones de
incomparable consuelo, la dijo éstas: Madre y
querida de mi alma, necesario es que por la puerta de la
muerte pasemos a la eterna vida que esperamos; amargo
es y penoso el tránsito, pero fructuoso; porque se admite
por el Divino beneplácito y es principio de la seguridad y
sosiego y satisface asimismo por las negligencias y
defectos de no haber empleado tan ajustadamente la
vida como debe la criatura. Recibid, madre mía, la
muerte y pagad con ella la común deuda con alegría de
espíritu y partid segura a la compañía de los Santos
Patriarcas, Profetas, Justos y Amigos de Dios, nuestros
padres, donde con ellos esperaréis la Redención que nos
enviará el Altísimo por medio de su salud y nuestro
Salvador; la seguridad de esta esperanza será el alivio
mientras llega la posesión del bien que todos esperamos.
721. Santa Ana respondió a su Hija Santísima con el
recíproco amor y consuelo digno de tal madre y tal hija
en aquella ocasión, y con maternal caricia la dijo: María,
hija mía querida, cumplid ahora con esta obligación, no
me olvidando en la presencia de nuestro Señor Dios y
Criador, representándole mi necesidad de su Divina
protección en esta hora; advertid lo que debéis a quien
os concibió y tuvo en sus entrañas nueve meses y después
sustentó a sus pechos y siempre os tiene en el corazón.
Pedid, hija mía, al Señor extienda la mano de sus
misericordias infinitas sobre esta inútil criatura que salió
de ellas, y venga sobre mí su bendición en esta hora de
mi muerte, pues ahora y siempre he puesto mi confianza
toda en solo su Santo Nombre, y no me desamparéis,
amada mía, antes que cerréis mis ojos. Huérfana quedáis
y sin amparo de los hombres, pero en la protección del
Altísimo viviréis y esperaréis en sus misericordias
antiguas. Caminad, hija de mi corazón, por el camino de
las justificaciones del Señor (Sal., 118, 27) y pedid a Su
Majestad gobierne vuestros afectos y potencias y sea el
56
maestro que os enseñe su Santa Ley. No salgáis del
Templo antes de tomar estado, y éste sea con el sano
consejo de los Sacerdotes del Señor y habiendo pedido
continuamente a Dios que lo disponga de su mano; y si
fuere su voluntad daros esposo, sea de Judá y de linaje
de David. De la hacienda de vuestro padre Joaquín y mía,
que os pertenece, partiréis con los pobres, con quienes
seréis larga y caritativa. Guardaréis vuestro secreto en lo
escondido de vuestro pecho y continuamente pediréis al
Omnipotente quiera su misericordia enviar al mundo su
salud y redención por el Mesías prometido. Ruego y
suplico a su bondad infinita que sea vuestro amparo y
venga sobre vos su bendición con la mía.
722. Entre tan altos y divinos coloquios la dichosa madre
Santa Ana sintió las últimas congojas de la muerte, o de
la vida, y reclinada en el trono de la gracia que eran los
brazos de su Hija Santísima María dio su alma purísima a
su Criador. Y habiéndole cerrado los ojos, como lo pidió a
su hija, dejando el sagrado cuerpo compuesto, volvieron
los Santos Ángeles a su reina María Purísima y la restituyeron
a su lugar en el Templo. No impidió el Altísimo la
fuerza del natural amor para que la divina Señora no
sintiera con gran ternura y dolor la muerte de su feliz
madre y con ella su propia soledad sin tal amparo. Pero
estos movimientos dolorosos fueron en nuestra Reina
santos y perfectísimos, gobernados y regulados por la
gracia de su inocente pureza y de su prudentísima
inocencia; y con ella alabó al Muy Alto por las
misericordias infinitas que en su Santa Madre había
mostrado en su vida y muerte; y siempre se continuaban
las querellas dulces y amorosas de tener oculto al Señor.
723. Mas no pudo saber la hija santísima todo el
consuelo de su dichosa madre en tenerla presente a su
muerte, porque ignoraba la hija su propia dignidad y
sacramento que conocía la madre, la cual guardó
57
siempre este secreto, como el Altísimo se lo había
mandado Pero hallándose a su cabecera la que era
lumbre de sus ojos, y la había de ser de todo el universo,
y expirando en sus manos, no pudo desear más en su vida
mortal, para darle fin más dichoso que todos los mortales
hasta ella. Murió llena no tanto de años como de merecimientos,
y su alma santísima fue colocada por los
ángeles en el seno de Abrahán y reconocida y venerada
por todos los Patriarcas, Profetas y Justos que allí
estaban. Fue esta santísima matrona en lo natural de
dilatado y magnánimo corazón, de claro y alto entendimiento,
fervorosa, y con esto muy sosegada y pacífica;
la persona de mediana estatura, algo menor que su hija
Santísima María, el rostro algo redondo, el semblante
siempre igual y muy compuesto, el color blanco y
colorado; y al fin fue madre de la que lo fue del mismo
Dios, y en esta dignidad encierra juntas muchas
perfecciones. Vivió Santa Ana cincuenta y seis años,
repartidos de esta manera: de veinte y cuatro se casó con
San Joaquín, veinte estuvo casada sin sucesión y en el
cuarenta y cuatro parió a María Santísima, y doce que
sobrevivió de la edad de esta Reina, que fueron tres que
la tuvo en su compañía y nueve en el templo, hacen todos
cincuenta y seis.
724. De esta grande y admirable Señora he oído que
algunos autores graves afirman se casó tres veces y en
cada uno de los matrimonios fue madre de una de las
tres Marías, y que otros sienten lo contrario (Según esta
opinión el matrimonio de Santa Ana se estructuraría de
esta manera: se casó primero con San Joaquín y de este
matrimonio nació María, la Madre de Dios; muerto San
Joaquín se casó con Cleofás y de este matrimonio nació
María Cleofás; muerto Cleofás se casó con Salomé y nace
María Salomé. Samaniego cita en favor de esta
sentencia, entre otros, a Estrabón, Haymon Albertense,
Hugo de S. Víctor, Pedro Comestor, Ludulfo Cartujano,
58
San Antonio de Florencia y Pedro Sutor Cartujano, quien
escribió De triplici connubio D. Annae, donde a su vez
cita en su favor a Alberto Magno, Pedro de Tarantasia
[Inocencio V] y Vincencio Belvacense --- Notas a la MCD,
nota 35 a la primera parte). A mí me ha dado el Señor —
por sola su bondad inmensa— luz grande de la vida de
esta dichosa Santa y nunca se me ha mostrado que se
casase más de con San Joaquín, ni que haya tenido otra
hija fuera de María, Madre de Cristo; puede ser que, por
no ser perteneciente ni necesario a la Historia divina que
escribo, no se me haya declarado si fue o no tres veces
casada Santa Ana, o que las otras Marías, que se llaman
sus hermanas, fuesen primas hermanas, hijas de hermana
de Santa Ana. Cuando murió su esposo San Joaquín
quedó en cuarenta y ocho años de edad, y la escogió y
entresacó el Altísimo del linaje de las mujeres, para que
fuese madre de la que fue superior a todas las criaturas y
sólo a Dios inferior, pero madre suya; y por haber tenido
esta hija, y por ella ser abuela del Humanado Verbo,
todas las naciones pueden llamarla bienaventurada a la
felicísima Santa Ana.
Doctrina de la Reina Santísima María.
725. Hija mía, la mayor ciencia de la criatura es dejarse
toda en manos de su Criador, que sabe para qué la formó
y cómo la ha de gobernar. A ella sólo le pertenece vivir
atenta a la obediencia y amor de su Señor; y él es
fidelísimo en el cuidado de quien así le obliga y toma por
su cuenta todos los negocios y sucesos para sacar de
ellos victorioso y acrecentado a quien de su verdad se fía.
Aflige y corrige con adversidades a los justos, consuela y
vivifica (1 Sam., 2, 6) con favores, alienta con promesas y
atemoriza con amenazas; auséntase para más solicitar
los afectos del amor, manifiéstase para premiarlos y
conservarlos y con esta variedad hace más hermosa y
agradable la vida de los escogidos. Todo esto es lo que
59
me sucedía a mí en lo que has escrito, visitándome y
preparándome su Misericordia por diversos modos de
favores, de trabajos del adversario, persecuciones de
criaturas, desamparo de mis padres y de todos.
726. Entre esta variedad de ejercicios no se olvidaba de
mi flaqueza el Señor y con el dolor de la muerte de mi
madre Santa Ana juntó el consuelo y alivio de hallarme
presente a ella. ¡Oh alma, y cuántos bienes pierden las
criaturas por no alcanzar esta sabiduría! Niéganse
ignorantes a la Divina Providencia, que es fuerte, suave y
eficaz, que mide los orbes y elementos (Is., 40, 12; Job 31,
4), cuenta los pasos, numera los pensamientos y todo lo
dispone en beneficio de la criatura; y entréganse de todo
punto a su misma solicitud, que es dura, ineficaz y flaca,
ciega, incierta y precipitada. De este mal principio se originan
y se siguen para la criatura irreparables daños,
porque ella misma se priva de la Divina protección y se
degradúa de la dignidad de tener a su Criador por
amparo y tutor suyo. Y a más de esto, si por la sabiduría
carnal y diabólica a quien se somete le sucede alcanzar
alguna vez lo que con ella busca, se juzga por dichosa
su infelicidad y con sensible gusto bebe el mortal veneno
de la eterna muerte entre la engañosa delectación que
desamparada y aborrecida de Dios consigue.
727. Conoce, pues, hija mía, este peligro, y sea toda tu
solicitud en arrojarte segura en la Providencia de tu Dios
y Señor, que, siendo infinito en sabiduría y poder, te ama
mucho más que tú a ti misma y sabe y quiere para ti
mayores bienes que tú sabes desear ni pedir. Fíate de
esta bondad y de sus promesas que no admiten engaño;
oye lo que dice por su profeta (Is., 3, 10): Al justo, que
bien está, aceptando sus deseos y cuidados y
encargándose de ellos para remunerarlos con largueza.
Con esta segurísima confianza llegarás en la vida mortal
a una participación de bienaventuranza en la
60
tranquilidad y paz de tu conciencia; y aunque te halles
rodeada de las impetuosas olas de las tentaciones y
adversidades, que te acometen los dolores de la muerte y
te cercan las penalidades del infierno (Sal., 17, 5-6),
espera y sufre con paciencia, que no perderás el puerto
de la gracia y beneplácito del Altísimo.
CAPITULO 20
Manifiéstase el Altísimo a su dilecta María nuestra
Princesa con un singular favor.
728. Sentía ya nuestra divina Princesa que se llegaba el
claro día de la vista deseada del sumo bien y, como por
crepúsculos y anuncios, reconocía en sus potencias la
fuerza de los rayos de aquella luz Divina que ya se le
acercaba. Enardecíase toda con la vecindad de la
invisible llama que alumbra y no consume, y retocado su
espíritu con los asomos de esta nueva claridad
preguntaba a sus Ángeles y les decía: Amigos y señores,
centinelas mías vigilantes y fidelísimas, decidme: ¿qué
hora es de mi noche? ¿y cuándo llegará el alba de mi
claro día en que verán mis ojos al Sol de Justicia que los
alumbra y da vida a mis afectos y espíritu?—
Respondiéronla los Santos Príncipes, y dijeron: Esposa del
Altísimo, cerca está vuestra deseada verdad y luz y no
tardará mucho, que ya viene.—Con esta respuesta se
corrió algo la cortina que encubría la vista de las sustancias
espirituales y se le manifestaron los Santos
Ángeles y los vio, como solía, en su mismo ser, sin estorbo
ni dependencia del cuerpo ni sentidos.
729. Y con estas esperanzas y con la vista de los espíritus
divinos se alentaron algo las ansias de María Santísima
por la vista de su amado. Pero aquel linaje de amor que
busca al objeto nobilísimo de la voluntad sólo con él se
satisface, y sin él, aunque sea con los mismos ángeles y
61
santos, no descansa el corazón herido de las flechas del
Todopoderoso. Con todo eso alegre nuestra divina
Princesa con este refrigerio, habló a los Ángeles y les
dijo: Príncipes soberanos y luceros de la inaccesible luz
donde mi amado habita, ¿por qué tan largo tiempo he
desmerecido vuestra vista? ¿En qué os desagradé
faltando a vuestro gusto? Decidme, mis señores y
maestros, en qué fui negligente, para que no me
desamparéis por culpa mía.—Señora y Esposa del
Todopoderoso —respondieron ellos— a la voz de nuestro
Criador obedecemos y por su santa voluntad nos
gobernamos todos, y como a espíritus que somos suyos
nos envía y ordena lo que es de su servicio; mandónos
ocultar de vuestra vista cuando encubrió la suya, pero
que disimulados asistiéramos cuidadosos a vuestro
amparo y defensa; y así lo hemos cumplido estando en
vuestra compañía, aunque encubiertos a la vista.
730. Decidme, pues, ahora —replicó María Santísima—
dónde está mi dueño, mi bien, mi Hacedor; decidme si le
verán mis ojos luego o si por ventura le tengo disgustado,
para que esta vilísima criatura llore amargamente la
causa de su pena. Ministros y embajadores del Supremo
Rey, doleos de mi aflicción amorosa, y dadme señas de
mi amado.—Luego, Señora —le respondieron—, veréis al
que desea vuestra alma, entretenga la confianza vuestra
dulce pena; no se niega nuestro Dios a quien le busca tan
de veras; grande es, Señora, el amor de su bondad con
quien le admite y no será escaso en satisfacer vuestros
clamores.—Llamábanla los Santos Ángeles Señora, y sin
recelo, así como seguros de su prudentísima humildad,
como porque disimulaban este honroso título con el de
Esposa del Altísimo, habiendo sido testigos del
desposorio que con la Reina celebró Su Majestad. Y como
su sabiduría pudo disponer que, ocultándole los ángeles
sólo el título y dignidad de Madre del Verbo hasta su
tiempo, en lo demás le diesen grande reverencia, así la
62
trataban con ella en muchas demostraciones, aunque en
lo oculto la respetaban mucho más que en lo manifiesto.
731. Entre estas conferencias y coloquios amorosos
aguardaba la divina Princesa la llegada de su Esposo y
sumo bien, cuando los Serafines que la asistían
comenzaron a prepararla con nueva iluminación de sus
potencias, prenda cierta y exordio del bien que la
esperaba. Pero como estos beneficios encendían más
la ardiente llama de su amor, y aún no se conseguía su
deseado fin, crecía siempre el movimiento de sus
congojas amorosas, y con ellas, hablando con los
Serafines, les dijo: Espíritus supremos que estáis más
inmediatos a mi bien, espejos lucidísimos donde
reverberando su retrato le solía mirar con alegría de mi
alma, decidme ¿dónde está la luz que os ilumina y llena
de hermosura? Decid ¿por qué tanto mi amado se
detiene? Decidme ¿qué le impide, para que mis ojos no lo
vean? Si es por culpa mía, enmendaré mis yerros; si es
que no merezco la ejecución de mi deseo,
conformaréme con su gusto; y si le tiene en mi dolor, le
padeceré con alegría del corazón; pero decidme ¿cómo
viviré, sin mi propia vida? ¿cómo me gobernaré sin mi luz?
732. A estas querellas dulces la respondieron los Santos
Serafines: Señora, no tarda vuestro amado, cuando por
vuestro bien y amor se ausenta y se detiene; pues para
consolar, aflige a quien más ama, para dar más alegría,
entristece y para ser hallado, se retira; y quiere que
sembréis con lágrimas (Sal., 125, 5), para coger después
con alegría el dulce fruto del dolor; y si el bien amado no
se encubriera nunca se buscara con las ansias que
resultan de su ausencia, ni renovara el alma sus afectos,
ni creciera tanto la debida estimación de su tesoro.
733. Diéronla aquel lumen que dije (Cf. supra n. 626)
para purificarle las potencias, no porque tuviese culpas
63
de que ser purificada, que no las pudo cometer, mas,
aunque todos sus movimientos y operaciones en aquella
ausencia del Señor habían sido meritorios y santos, con
todo eso eran necesarios estos nuevos dones para
sosegar el espíritu y sus potencias de los movimientos
causados con los trabajos y congojas afectuosas de tener
al Señor oculto; y para mudarla de aquel estado a este
otro de diferentes y nuevos favores y proporcionar las
potencias con el objeto y con el modo de verle, era
menester renovarlas y disponerlas. Y todo esto hacían los
Santos Serafines por el modo que arriba se dijo, libro II,
capítulo 14; y después le dio el mismo Señor el último
adorno y cualidad, para estar dispuesta con la última
disposición, inmediata a la visión que la quería
manifestar.
734. Este orden de elevaciones iban causando en las
potencias de la divina Reina los efectos y operaciones de
amor y virtudes que pretendía el mismo Señor, que es
cuanto puedo explicarlas; y en medio de ellas corrió Su
Majestad el velo y, después de haber estado tanto
tiempo oculto, se manifestó a su esposa única y dilecta
María Santísima por visión abstractiva de la Divinidad. Y
aunque esta visión fue por especies y no inmediata, pero
fue clarísima y altísima en su género; y con ella el Señor
enjugó las continuadas lágrimas de nuestra Reina,
premió sus afectos y ansias amorosas, satisfizo a su
deseo y toda descansó con afluencia de delicias,
reclinada en los brazos de su amado (Cant., 8, 5). Allí se
renovó la juventud (Sal., 102, 5) de esta ardiente y
fervorosa águila para levantar más el vuelo a la región
impenetrable de la Divinidad, y, con las especies que
después de la visión por admirable modo le quedaron,
subía hasta donde no pudo llegar ni comprender ninguna
criatura después del mismo Dios.
735. El gozo que recibió la Purísima Señora con esta
64
visión se debía regular así por el extremo del dolor de
donde pasó como por los méritos a que sucedió. Pero yo
sólo puedo decir que donde y como abundó el dolor
abundó también la consolación (2 Cor., 1, 5), y que la
paciencia, la humildad, la fortaleza, la constancia, los
afectos y las ansias amorosas, fueron en María todo el
tiempo de esta ausencia los más insignes y excelentes
que hasta entonces hubo, ni después pueden caber en
otra criatura. Sola esta única Señora entendió el primor
de esta sabiduría y supo dar el peso al carecer de la
vista del Señor y sentir su ausencia; y, sintiéndola y
pesando lo que monta, supo también buscarle con
paciencia y padecer con humildad, tolerar con fortaleza y
santificarlo todo con su inefable amor y estimar después
el beneficio y gozar de él.
736. Levantada a esta visión María Santísima,
postrándose con el afecto en la presencia Divina, dijo a
Su Majestad: Señor y Dios altísimo, incomprensible y
sumo bien de mi alma, pues levantáis del polvo a este
pobre y vil gusanillo, recibid, Señor, Vuestra misma
bondad y gloria con la que os dan vuestros cortesanos en
humilde agradecimiento de mi alma; y si como de
criatura baja y terrena os desagradaron mis obras,
reformad, Dueño mío, ahora lo que en mí os descontenta.
¡Oh bondad y sabiduría única e infinita!, purificad este
corazón y renovadle, para que os sea grato, humilde y
arrepentido para que no le despreciéis. Si los pequeños
trabajos y muerte de mis padres no los recibí como debía
y en algo me desvié de vuestro beneplácito, ordenad,
Altísimo, mis potencias y obras como Señor poderoso,
como Padre y como Esposo único de mi alma.
737. A esta humilde oración respondió el Altísimo:
Esposa y paloma mía, el dolor de la muerte de tus padres
y el sentimiento de otros trabajos es natural efecto de la
condición humana y no es culpa; y por el amor con que te
65
conformaste en todo con la disposición de mi Divina
voluntad, mereciste de nuevo mi gracia y beneplácito. Yo
dispenso la verdadera luz y sus efectos con mi sabiduría,
como Señor de todo, y formo sucesivamente el día y la
noche, hago serenidad y doy también su tiempo a la
tormenta, para que mi poder y gloria se engrandezcan, y
con ellas camine el alma más segura con el lastre de su
conocimiento, y con las violentas olas de la tribulación
apresure más el viaje y llegue al puerto seguro de mi
amistad y gracia, y más llena de merecimientos me
obligue a recibirla con mayor agrado. Este es, querida
mía, el orden admirable de mi sabiduría, y por esto me
escondí tanto tiempo de tu vista; porque de ti quiero lo
más santo y más perfecto. Sírveme, pues, hermosa mía,
que soy tu Esposo y Dios de misericordias infinitas, y mi
nombre es admirable en la diversidad y variedad de mis
grandes obras.
738. Salió de esta visión nuestra princesa María toda
renovada y deificada, llena de nueva ciencia de la
Divinidad y de los ocultos sacramentos del Rey,
confesándole, adorándole y alabándole con
incesantes cánticos y vuelos de su pacífico y tranquilísimo
espíritu; y al mismo paso eran los aumentos de la
humildad y todas las demás virtudes. Su continua petición
era siempre inquirir la más perfecta y agradable
voluntad del Altísimo y en todo y por todo ejecutarla y
cumplirla; y así pasó algunos días, hasta que sucedió lo
que se dirá en el capítulo siguiente.
Doctrina de la Reina del Cielo Señora nuestra.
739. Hija mía, muchas veces te repetiré la lección de la
mayor sabiduría de las almas, que consiste en alcanzar el
conocimiento de la Cruz por el amor de los trabajos y la
imitación en padecerlos. Y si la condición de los mortales
no fuera tan grosera, debían codiciarlos sólo por el gusto
66
de su Dios y Señor, que en esto les ha declarado su
voluntad y beneplácito; pues en el servicio fiel debe el
siervo afectuoso anteponer siempre el agrado de su
dueño a su misma comodidad. Pero a la torpeza de los
mundanos, ni les obliga esta buena correspondencia con
su Padre y Señor, ni tampoco el haberles declarado que
todo su remedio está librado en seguir a Cristo por la
Cruz y padecer los hijos pecadores con su padre
inocente, para que el fruto de la Redención se logre en
ellos, conformándose los miembros con su Cabeza.
740. Admite, pues, carísima, esta disciplina y escríbela
en medio del corazón; y entiende que por hija del
Altísimo, por esposa de mi Hijo Santísimo y por mi
discípula, cuando no tuvieras otro interés, debías para tu
adorno comprar la preciosa margarita del padecer, para
ser grata a tu Señor y Esposo. Y te advierto, hija mía, que
entre los regalos y favores de su mano y los trabajos de
su Cruz debes anteponer y elegir el padecer y abrazarle
antes que ser regalada de sus caricias; porque en elegir
los favores y delicias puede tener parte el amor que a ti
misma tienes; pero en admitir las tribulaciones y penas
sólo puede obrar el amor de Cristo. Y si entre regalos del
mismo Señor y trabajos, cualesquiera que sean sin culpa,
se han de preferir las penas al gusto del mismo espíritu,
¿qué estulticia será de los hombres amar tan ciegamente
los deleites sensibles y feos y aborrecer tanto todo lo que
es padecer por Cristo y por la salud de su alma?
741. Tu incesante oración, hija mía, será repitiendo
siempre: Aquí estoy, Señor, ¿qué queréis hacer de mí?
Preparado está mi corazón, aparejado está y no turbado,
¿qué queréis, Señor, que yo haga por Vos? El sentir de
estas palabras sea en ti verdadero y de todo corazón,
pronunciándolas con lo íntimo y fervoroso de tu afecto
más que con los labios. Tus pensamientos sean altos, tu
intención muy recta, pura y noble, sólo de hacer en todo
67
el mayor agrado del Señor, que con medida y peso
dispensa los trabajos y la gracia y sus favores. Examínate
y remírate siempre con qué pensamientos, qué acciones y
en qué ocasiones puedes ofender o agradar más a tu
amado, para que conozcas aquello que debes en ti
reformar o codiciar. Y cualquier desorden, por pequeño
que sea, o lo que fuere menos puro y perfecto, cercénalo
y apártalo luego, aunque parezca lícito y de algún
provecho; porque todo lo qué no agrada más al Señor
debes juzgar por malo, o por inútil para ti; y ninguna
imperfección te parezca pequeña si a Dios le desagrada.
Con este cuidadoso temor y santo cuidado caminarás
segura; y está cierta, carísima hija mía, que no cabe en la
ponderación humana el premio tan copioso que reserva
el Altísimo Señor para las almas fieles que viven con esta
atención y cuidado.
CAPITULO 21
Manda el Altísimo a María Santísima que tome
estado de matrimonio, y la respuesta de este mandato.
742. A los trece años y medio, estando ya en esta edad
muy crecida nuestra hermosísima princesa María
Purísima, tuvo otra visión abstractiva de la Divinidad por
el mismo orden y forma que las otras de este género
hasta ahora referidas (Cf. supra n. 229, 237, 312, 383, 389,
734); en esta visión, podemos decir sucedió lo mismo que
dice la Escritura de Abrahán, cuando le mandó Dios
sacrificar a su querido hijo Isaac, única prenda de todas
sus esperan/as. Tentó Dios a Abrahán (Gén., 22, 1) —dice
Moisés— probando y examinando su pronta obediencia
para coronarla. A nuestra gran Señora podemos decir
también que tentó Dios en esta visión, mandándola que
tomase el estado de matrimonio. Donde también entenderemos
la verdad que dice: ¡Cuan ocultos son los juicios
y pensamientos del Señor (Rom., 11, 33) y cuánto se
68
levantan sus caminos y pensamientos sobre los nuestros!
(Is., 55, 9) Distaban como el cielo de la tierra los de
María Santísima de los que el Altísimo le manifestó,
ordenándole que recibiese esposo para su guarda y
compañía; porque toda su vida había deseado y
propuesto no tenerle (Cf. supra n. 434, 589), cuanto era
de su propia voluntad, repitiendo y renovando el voto de
castidad que tan anticipadamente había hecho.
743. Había celebrado el Altísimo con la divina princesa
María aquel solemne desposorio, que arriba se dijo (Cf.
supra n. 435) —cuando fue llevada al Templo—
confirmándole con la aprobación del voto de castidad
que hizo, y con la gloria y presencia de todos los espíritus
angélicos; habíase despedido la candidísima paloma de
todo humano comercio, sin atención, sin cuidado, sin
esperanza y sin amor a ninguna criatura, convertida toda
y transformada en el amor casto y puro de aquel sumo
bien que nunca desfallece, sabiendo que sería «más
casta con amarle, más limpia con tocarle y más virgen
con recibirle» (Oficio de la Festividad de Santa Inés);
hallándola en esta confianza el mandato del Señor que
recibiese esposo terreno y varón, sin manifestarle luego
otra cosa, ¿qué novedad y admiración haría en el pecho
inocentísimo de esta divina doncella, que vivía segura de
tener por esposo a solo el mismo Dios que se lo
mandaba? Mayor fue esta prueba que la de Abrahán,
pues no amaba él tanto a Isaac cuanto María Santísima
amaba la inviolable castidad.
744. Pero a tan impensado mandato suspendió la
Prudentísima Virgen su juicio y sólo le tuvo en esperar y
creer, mejor que Abrahán, en la esperanza contra la
esperanza (Rom., 4, 18), y respondió al Señor y dijo:
Eterno Dios de majestad incomprensible. Criador del
cielo y tierra y todo lo que en ellos se contiene; vos,
Señor, que ponderáis los vientos (Job 28, 25) y con
69
vuestro imperio al mar le ponéis términos (Sal., 103, 9) y
a vuestra voluntad todo lo criado está sujeto (Est., 13, 9),
podéis hacer de este gusanillo vil a vuestro beneplácito,
sin que yo falte a lo que os tengo prometido; y si no me
desvío, mi bien y mi Señor, de vuestro gusto, de nuevo
confirmo y ratifico que quiero ser casta en lo que tuviere
vida y a vos quiero por dueño y por Esposo; y pues a mí
sólo me toca y pertenece como criatura vuestra
obedeceros, mirad, Esposo mío, que por la Vuestra corre
sacar a mi flaqueza humana de este empeño en que
Vuestro santo amor me pone.—Turbóse algún poco la
castísima doncella María, según la parte inferior, como
sucedió después con la embajada del Arcángel San
Gabriel (Lc., 1, 29); pero aunque sintió alguna tristeza, no
le impidió la más heroica obediencia que hasta entonces
había tenido, con que se resignó toda en las manos del
Señor. Su Majestal la respondió: María, no se turbe tu
corazón, que tu rendimiento me es agradable y mi brazo
poderoso no está sujeto a leyes; por mi cuenta correrá lo
que a ti más conviene.
745. Con sola esta promesa del Altísimo volvió María
Santísima de la visión a su ordinario estado; y entre la
suspensión y la esperanza que la dejaron el divino
mandato y promesa, quedó siempre cuidadosa,
obligándola el Señor por este medio a que multiplicase
con lágrimas nuevos afectos de amor y de confianza, de
fe, de humildad, de obediencia, de castidad purísima y
de otras virtudes, que sería imposible referirlas. En el
ínterin que nuestra gran Princesa se ocupaba cuidadosa
con esta oración, ansias y congojas rendidas y prudentes,
habló Dios en sueños al Sumo Sacerdote, que era el
Santo Simeón, y le mandó que dispusiese cómo dar
estado de casada a María hija de Joaquín y Ana de
Nazaret; porque Su Majestad la miraba con especial
cuidado y amor. El Santo Sacerdote respondió a Dios,
preguntándole su voluntad en la persona con quien la
70
doncella María tomaría estado dándosela por esposa.
Ordenóle el Señor que juntase a los otros sacerdotes y
letrados y les propusiese cómo aquella doncella era sola
y huérfana y no tenía voluntad de casarse, pero que,
según la costumbre de no salir del Templo las
primogénitas sin tomar estado, era conveniente hacerlo
con quien más a propósito les pareciese.
746. Obedeció el Sacerdote Simeón a la ordenación
Divina; y, habiendo congregado a los demás, les dio
noticia de la voluntad del Altísimo y les propuso el
agrado que Su Majestad tenía de aquella doncella María
de Nazaret, según se le había revelado; y que hallándose
en el templo, y faltándole sus padres, era obligación de
todos ellos cuidar de su remedio y buscarle esposo digno
de mujer tan honesta, virtuosa, y de costumbres tan
irreprensibles, como todos habían conocido de ella en el
Templo; y a más de esto la persona, la hacienda, la
calidad y las demás partes eran muy señaladas, para que
se reparase mucho a quien se había de entregar todo.
Añadió también que María de Nazaret no deseaba tomar
estado de matrimonio, pero que no era justo saliese del
Templo sin él, porque era huérfana y primogénita.
747. Conferido este negocio en la junta de los
sacerdotes y letrados y movidos todos con impulso y luz
del cielo, determinaron que en cosa donde se deseaba
tanto el acierto, y el mismo Señor había declarado su
beneplácito, convenía inquirir su santa voluntad en lo
restante y pedirle señalase por algún modo la persona
que más a propósito fuese para esposo de María, y que
fuese de la casa y linaje de David, para que se cumpliese
con la ley. Determinaron para esto un día señalado, en
que todos los varones libres y solteros de este linaje que
estaban en Jerusalén se juntasen en el Templo; y vino a
ser aquel día el mismo en que la Princesa del cielo
cumplía catorce años de su edad. Y como era necesario
71
darle a ella noticia de este acuerdo y pedirle su
consentimiento, el Sacerdote Simeón la llamó y le
propuso el intento que tenían él y los demás Sacerdotes
de darle esposo antes que saliese del templo.
748. La prudentísima Virgen, lleno el rostro de virginal
pudor, respondió al Sacerdote con gran modestia y
humildad, y le dijo: Yo, señor mío, cuanto es de mi
voluntad he deseado toda mi vida guardar castidad
perpetua, dedicándome a Dios en el servicio de este
Santo Templo, en retorno de los bienes grandes que en él
he recibido, y jamás tuve intento, ni me incliné al estado
del matrimonio, juzgándome por inhábil para los
cuidados que trae consigo. Esta es mi inclinación, pero
vos, señor, que estáis en lugar de Dios, me enseñaréis lo
que fuere de su santa voluntad.—Hija mía —replicó el
sacerdote—, vuestros deseos santos recibirá el Señor,
pero advertid que ninguna de las doncellas de Israel se
abstiene ahora del matrimonio, mientras aguardamos
conforme a las Divinas Profecías la venida del Mesías, y
por esto se juzga por feliz y bendita la que tiene sucesión
de hijos en nuestro pueblo. En el estado del matrimonio
podéis servir a Dios con muchas veras y perfección; y
para que tengáis en él quien os acompañe y a vuestros
intentos se conforme, haremos oración, pidiendo al Señor,
como os he dicho, señale de su mano esposo que sea más
conforme a su Divina voluntad, entre los del linaje de
[Santo Rey] David; y vos pedid lo mismo con oración
continua, para que el Altísimo os mire y nos encamine a
todos.
749. Esto sucedió nueve días antes del que estaba
señalado para la última resolución y ejecución del
acuerdo. Y en este tiempo la Santísima Virgen multiplicó
sus peticiones al Señor con incesantes lágrimas y
suspiros, pidiendo el cumplimiento de su Divina voluntad,
en lo que tanto según sus cuidados le importaba. Un día
72
de estos nueve se le apareció el Señor, y la dijo: Esposa y
paloma mía, dilata tu afligido corazón y no se turbe ni
contriste; yo estoy atento a tus deseos y ruegos y lo
gobierno todo y por mi luz va regido el sacerdote; yo te
daré esposo de mi mano, que no impida tus santos
deseos, pero que con mi gracia te ayude en ellos; yo te
buscaré varón perfecto conforme a mi corazón y le
elegiré entre mis siervos; mi poder es infinito, y no te
faltará mi protección y amparo.
750. Respondió María Santísima, y dijo al Señor: Sumo
Bien y amor de mi alma, bien sabéis el secreto de mi
pecho y los deseos que en él habéis depositado desde el
instante que de vos recibí todo el ser que tengo;
conservadme, pues, Esposo mío, casta y pura, como por
vos mismo y para vos lo he deseado. No despreciéis mis
suspiros, ni me apartéis de vuestro Divino rostro.
Atended, Señor y Dueño mío, que soy un gusanillo vil y
flaco y despreciable por mi bajeza; y si en el estado del
matrimonio desfallezco, faltaré a vos y a mis deseos;
determinad mi seguro acierto y no os desobliguéis de que
no lo he merecido; aunque soy polvo inútil, clamaré a los
pies de vuestra grandeza, esperando, Señor, vuestras
misericordias infinitas.
751. Acudía también la castísima doncella a sus Ángeles
Santos, a quienes excedía en la santidad y pureza, y
confería con ellos muchas veces el cuidado de su corazón
sobre el nuevo estado que esperaba. Dijéronla un día los
santos espíritus: Esposa del Altísimo, pues no podéis
ignorar ni olvidar este título, ni menos el amor que os
tiene, y que es todopoderoso y verdadero, sosegad,
Señora, vuestro corazón; pues faltarán primero los cielos
y la tierra que falte la verdad y cumplimiento de sus
promesas (Mt., 24, 35). Por cuenta de vuestro Esposo
corren vuestros sucesos; y su brazo poderoso, que impera
sobre los elementos y criaturas, puede suspender la
73
fuerza de las impetuosas olas e impedir la vehemencia
de sus operaciones, para que ni el fuego queme, ni la
tierra sea grave. Sus altos juicios son ocultos y santos, sus
decretos rectísimos y admirables, y no pueden las criaturas
comprenderlos; pero deben reverenciarlos. Si
quiere su grandeza que le sirváis en el matrimonio, mejor
será para vos obligarle con él que disgustarle en otro
estado; Su Majestad sin duda hará con vos lo mejor y más
perfecto y santo; estad segura de sus promesas.—Con
esta exhortación angélica sosegó nuestra Princesa algo
de sus cuidados y de nuevo les pidió la asistiesen y
guardasen y representasen al Señor su rendimiento,
aguardando lo que de ella ordenase su Divino
beneplácito.
Doctrina que me dio la Princesa del Cielo.
752. Hija mía carísima, altísimos y venerables son los
juicios del Señor y no deben investigarlos las criaturas,
pues no pueden penetrarlos. Mandóme Su Alteza tomar
estado de casada y encubrióme entonces el sacramento,
pero convenía así que le tomase para que mi parto se
honestase al mundo, reputando al Verbo Humanado en
mis entrañas por hijo de mi esposo, porque ignoraba entonces
el misterio. Fue también oportuno medio para
ocultarle de Lucifer y sus demonios, que estaban muy
feroces contra mí, procurando ejecutar su indignado furor
conmigo. Y cuando me vio tomar el común estado de las
mujeres casadas, se deslumbró creyendo no fuera
compatible tener esposo varón y ser Madre del mismo
Dios; y con esto sosegó un poco y dio treguas a su
malicia. Otros fines tuvo el Altísimo en mi estado que han
sido manifiestos, aunque entonces a mí se me ocultaron,
porque así convenía.
753. Y quiero que entiendas, hija mía, que fue para mí
el mayor dolor y aflicción que hasta aquel día había
74
padecido, saber que había de tener por esposo a ninguno
de los hombres, no declarándome el Señor entonces el
misterio; y si en esta pena no me confortara su virtud
Divina y me dejara alguna confianza, aunque oscura y sin
determinación, con el dolor hubiera perdido la vida. Pero
de este suceso quedarás enseñada, cuál ha de ser el
rendimiento de la criatura a la voluntad del Altísimo y
cómo ha de cautivar su corto entendimiento, sin
escudriñar los secretos de la majestad tan levantados y
ocultos. Y cuando a la criatura se le representa alguna
dificultad o peligro en lo que el Señor dispone o manda,
sepa confiar en él y crea que no la pone en ellos para
dejarla, mas para sacarla victoriosa y con triunfo, si de su
parte coopera con el auxilio del mismo Señor; y cuando
quiere el alma escudriñar los juicios de su sabiduría y
satisfacerse primero que obedezca y crea, sepa que defrauda
la gloria y grandeza de su Criador y pierde
juntamente el propio merecimiento.
754. Yo reconocía que el Altísimo es superior a todas las
criaturas y que no ha menester nuestro discurso y sólo
quiere el rendimiento de la voluntad, pues la criatura no
le puede dar consejo, sino obediencia y alabanza. Y
aunque, por no saber lo que me mandaría y ordenaría en
el estado del matrimonio, me afligía mucho por el amor
de la castidad, pero este dolor y pena no me hicieron
curiosa en escudriñar, antes sirvieron para que mi
obediencia fuese más excelente y agradable en sus ojos.
Con este ejemplo debes tú regular el rendimiento que
has de tener a todo lo que entendieres del gusto de tu
Esposo y Señor, dejándote en su protección y en la
firmeza de sus promesas infalibles; y en lo que tuvieres
aprobación de sus Sacerdotes y tus Prelados, déjate
gobernar sin resistir a sus mandatos, ni a las Divinas
inspiraciones.
CAPITULO 22
75
Celébrase el desposorio de María Santísima con el
Santo y Castísimo José.
755. Llegó el día señalado, en que dijimos cumplía
nuestra princesa María los catorce años de su edad,
capítulo precedente, y en él se juntaron los varones
descendientes del tribu de Judá y linaje de [Santo Rey]
David, de quien descendía la soberana Señora, que a la
sazón estaban en la ciudad de Jerusalén. Entre los
demás fue llamado José, natural de Nazaret y morador
de la misma ciudad santa, porque era uno de los del
linaje real de David. Era entonces de edad de treinta y
tres años, de persona bien dispuesta y agradable rostro,
pero de incomparable modestia y gravedad; y sobre todo
era castísimo de obras y pensamientos, con inclinaciones
santísimas, y que desde doce años de edad tenía hecho
voto de castidad; era deudo de la Virgen María en tercer
grado; y de vida purísima, santa e irreprensible en los
ojos de Dios y de los hombres.
756. Congregados todos estos varones libres en el
Templo, hicieron oración al Señor junto con los
Sacerdotes, para que todos fuesen gobernados por su
divino Espíritu en lo que debían hacer. El Altísimo habló
al corazón del Sumo Sacerdote, inspirándole que a cada
uno de los jóvenes allí congregados pusiese una vara
seca en las manos y todos pidiesen con fe viva a Su
Majestad declarase por aquel medio a quién había
elegido para esposo de María. Y como el buen olor de su
virtud y honestidad y la fama de su hermosura, hacienda
y calidad y ser primogénita y sola en su casa era
manifiesto a todos, cada cual codiciaba la dichosa suerte
de merecerla por esposa. Sólo el humilde y rectísimo José
entre los congregados se reputaba por indigno de tanto
bien; y acordándose del voto de castidad que tenía hecho
y proponiendo de nuevo su perpetua observancia, se
76
resignó en la Divina voluntad, dejándose a lo que de él
quisiera disponer, pero con mayor veneración y aprecio
que otro alguno de la honestísima doncella María.
757. Estando todos los congregados en esta oración se
vio florecer la vara sola que tenía José y al mismo tiempo
bajar de arriba una paloma candidísima, llena de
admirable resplandor, que se puso sobre la cabeza del
mismo Santo; juntamente habló Dios a su interior, y le
dijo: José, siervo mío, tu esposa será María, admítela con
atención y reverencia, porque en mis ojos es acepta,
justa y purísima en alma y cuerpo y tú harás todo lo que
ella te dijere.—Con la declaración y señal del cielo los
sacerdotes dieron a San José por esposo elegido del
mismo Dios para la doncella María. Y llamándola para el
desposorio, salió la escogida como el sol, más hermosa
que la luna (Cant., 6, 9), y pareció en presencia de todos
con un semblante más que de Ángel de incomparable
hermosura, honestidad y gracia; y los Sacerdotes la
desposaron con el más casto y santo de los varones, José.
758. La divina Princesa, más pura que las estrellas del
firmamento, con semblante lloroso y grave, y como reina
de majestad humildísima, juntando todas estas
perfecciones, se despidió de los Sacerdotes, pidiéndoles
la bendición, y a la Maestra también, y a las doncellas
perdón, y a todos dando gracias por los beneficios
recibidos de sus manos en el Templo. Todo esto hizo en
parte con el semblante humildísimo y parte con muy
breves y prudentísimas razones; porque en todas
ocasiones hablaba pocas y de gran peso. Despidióse del
Templo, no sin grave dolor de dejarle contra inclinación y
deseo; y acompañándola algunos ministros de los que
servían al Templo en las cosas temporales, y eran legos y
de los más principales, con su mismo esposo José
caminaron a Nazaret, patria natural de los dos felicísimos
desposados. Y aunque San José había nacido en aquel
77
lugar, disponiéndolo el Altísimo por medio de algunos sucesos
de fortuna, había ido a vivir algún tiempo a
Jerusalén, para que allí la mejorase tan dichosamente
como llegando a ser esposo de la que había elegido el
mismo Dios para Madre suya.
759. Llegando a su lugar de Nazaret, donde la Princesa
del Cielo tenía la hacienda y casas de sus dichosos
padres, fueron recibidos y visitados de todos los amigos y
parientes con el regocijo y aplauso que en tales
ocasiones se acostumbra. Y habiendo cumplido con la
natural obligación y urbanidad santamente, satisfaciendo
a estas deudas temporales de la conversación y comercio
de los hombres, quedaron libres y desocupados los dos
Santos Esposos José y María en su casa. La costumbre
había introducido entre los hebreos que en algunos
primeros días del matrimonio hiciesen los esposos examen
y experiencia de las costumbres y condición de cada
uno, para ajustarse mejor recíprocamente el uno con la
del otro.
760. En estos días habló el Santo José a su esposa
María, y la dijo: Esposa y Señora mía, yo doy gracias al
Altísimo Dios por la merced de haberme señalado sin
méritos por vuestro esposó, cuando me juzgaba indigno
de vuestra compañía; pero Su Majestad, que puede
cuando quiere levantar al pobre, hizo esta misericordia
conmigo, y deseo me ayudéis, como lo espero de vuestra
discreción y virtud, a dar el retorno que le debo,
sirviéndole con rectitud de corazón; para esto me
tendréis por vuestro siervo, y, con el verdadero afecto
que os estimo, os pido queráis suplir lo mucho que me
falta de hacienda y otras partes que para ser esposo
vuestro convenían; decidme, Señora, cuál es vuestra
voluntad, para que yo la cumpla.
761. Oyó estas razones la divina esposa con humilde
78
corazón y apacible severidad en el semblante, y
respondió al Santo: Señor mío, yo estoy gozosa de que el
Altísimo, para ponerme en este estado, se dignase de
señalaros para mi esposo y dueño y que el serviros fuese
con el testimonio de su voluntad Divina; pero si me dais
licencia diré los intentos y pensamientos que para esto os
deseo manifestar.—Prevenía el Altísimo con su gracia el
sencillo y recto corazón de San José y por medio de las
razones de María Santísima le inflamó de nuevo en el
divino amor, y respondióla diciendo: Hablad, Señora, que
vuestro siervo oye.—Asistían en esta ocasión a la Señora
del mundo los mil Ángeles de su guarda en forma visible,
como ella se lo había pedido. La causa de esta petición
fue porque el Altísimo, para que la Purísima Virgen en
todo obrase con mayor gracia y mérito, dio lugar a que
sintiese el respeto y cuidado con que había de hablar a
su esposo y la dejó en el natural encogimiento y temor
que siempre había tenido de hablar con hombre a solas,
que nunca hasta aquel día lo había hecho, sino es si
acaso sucedía con el Sumo Sacerdote.
762. Los Santos Ángeles obedecieron a su Reina, y
manifiestos a sólo su vista la asistieron; y con esta
compañía habló a su esposo san José, y díjole: Señor y
esposo mío, justo es que demos alabanza y gloria con
toda reverencia a nuestro Dios y Criador, que en bondad
es infinito y en sus juicios incomprensible y con nosotros
pobres ha manifestado su grandeza y misericordia,
escogiéndonos para su servicio. Yo me reconozco entre
todas las criaturas por más obligada y deudora a Su
Alteza que otra alguna y que todas juntas; porque
mereciendo menos, he recibido de su mano liberalísima
más que ellas. En mi tierna edad, compelida de la fuerza
de esta verdad que con desengaño de todo lo visible me
comunicó la Divina luz, me consagré a Dios con perpetuo
voto de ser casta en alma y cuerpo; suya soy y le
reconozco por Esposo y Dueño, con voluntad inmutable de
79
guardarle la fe de la castidad. Para cumplir esto, quiero,
señor mío, que me ayudéis, que en lo demás yo seré
vuestra fiel sierva para cuidar de vuestra vida, cuanto
durare la mía. Admitid, esposo mío, esta santa
determinación y confirmadla con la vuestra, para que
ofreciéndonos en sacrificio aceptable a nuestro Dios
eterno, nos reciba en olor de suavidad, y alcancemos los
bienes eternos que esperamos.
763. El castísimo esposo José, lleno de interior júbilo con
las razones de su divina esposa, la respondió: Señora
mía, declarándome vuestros pensamientos castos y
propósitos, habéis penetrado y desplegado mi corazón,
que no os manifesté antes de saber el vuestro. Yo
también me reconozco más obligado entre los hombres al
Señor de todo lo criado, porque muy temprano me llamó
con su verdadera luz para que le amase con rectitud de
corazón; y quiero, Señora, que entendáis cómo de doce
años hice también promesa de servir al Altísimo en
castidad perpetua; y ahora vuelvo a ratificar el mismo
voto, para no impedir el vuestro, antes en la presencia de
Su Alteza os prometo de ayudaros, cuanto en mí fuere,
para que en toda pureza le sirváis y améis según vuestro
deseo. Yo seré con la Divina gracia vuestro fidelísimo
siervo y compañero; yo os suplico recibáis mi casto afecto
y me tengáis por vuestro hermano, sin admitir jamás otro
peregrino amor, fuera del que debéis a Dios y después a
mí.—En esta plática confirmó el Altísimo de nuevo en el
corazón de San José la virtud de la castidad y el amor
santo y puro que había de tener a su esposa Santísima
María, y así le tuvo el Santo en grado eminentísimo; y la
misma Señora con su prudentísima conversación se le
aumentaba dulcemente, llevándole el corazón.
764. Con la virtud Divina que el brazo poderoso obraba
en los dos santísimos y castísimos esposos sintieron
incomparable júbilo y consolación; y la divina Princesa
80
ofreció a San José corresponderle a su deseo, como la
que era Señora de las virtudes y sin contradicción obraba
en todas lo más alto y excelente de ellas. Diole también
el Altísimo a San José nueva pureza y dominio sobre la
naturaleza y sus pasiones, para que sin rebelión ni fomes,
pero con admirable y nueva gracia, sirviese a su esposa
María, y en ella a la voluntad y beneplácito del mismo
Señor. Luego distribuyeron la hacienda heredada de San
Joaquín y Santa Ana, padres de la santísima Señora; y
una parte ofreció al Templo donde había estado, otra se
aplicó a los pobres y la tercera quedó a cuenta del Santo
esposo José para que la gobernase. Sólo reservó nuestra
Reina para sí el cuidado de servirle y trabajar dentro de
casa; porque del comercio de fuera y manejo de
hacienda, comprando ni vendiendo, se eximió siempre la
Virgen Prudentísima, como dije (Cf. supra n. 555, 556) en
otra parte.
765. En sus primeros años había deprendido san José el
oficio de carpintero por más honesto y acomodado para
adquirir el sustento de la vida; porque era pobre de
fortuna, como arriba dije; y preguntóle a la Santísima
Esposa si gustaría que ejercitase aquel oficio para
servirla y granjear algo para los pobres; pues era forzoso
trabajar y no vivir ocioso. Aprobólo la Virgen
Prudentísima, advirtiendo a San José que el Señor no los
quería ricos, sino pobres y amadores de los pobres y para
su amparo en lo que su caudal se extendiese. Luego
tuvieron los dos Santos Esposos una santa contienda
sobre cuál de los dos había de dar la obediencia al otro
como superior. Pero la que entre los humildes era
humildísima, venció en humildad María Santísima y no
consintió que siendo el varón la cabeza se pervirtiese el
orden de la misma naturaleza; y quiso en todo obedecer
a su esposo José, pidiéndole consentimiento sólo para
dar limosna a los pobres del Señor; y el santo le dio
licencia para hacerlo.
81
766. Reconociendo el Santo José en estos días con nueva
luz del cielo las condiciones de su esposa María, su rara
prudencia, humildad, pureza y todas las virtudes sobre su
pensamiento y ponderación, quedó admirado de nuevo y
con gran júbilo de su espíritu no cesaba con ardientes
afectos de alabar al Señor y darle nuevas gracias por
haberle dado tal compañía y esposa sobre sus
merecimientos. Y para que esta obra fuese del todo
perfectísima —porque era principio de la mayor que Dios
había de obrar con toda su omnipotencia— hizo que la
Princesa del cielo infundiese con su presencia y vista en
el corazón de su mismo esposo un temor y reverencia tan
grande, que con ningún linaje de palabras se puede
explicar. Y esto le resultaba a San José de una
refulgencia o rayos de divina luz que despedía de su
rostro nuestra Reina, junto con una majestad inefable
que siempre la acompañaba, con tanto mayor causa que
a Moisés cuando bajó del monte (Ex., 34, 29) cuanto
había sido más largo y más íntimo el trato y conversación
con Dios.
767. Luego tuvo María Santísima una visión Divina del
Señor, en que la habló Su Majestad y la dijo: Esposa mía
dilectísima y escogida, atiende cómo soy fiel en mis
palabras con los que me aman y temen; corresponde,
pues, ahora a mi fidelidad, guardando las leyes de
esposa mía en santidad, pureza y toda perfección; para
esto te ayudará la compañía de mi siervo José que te he
dado; obedécele como debes y atiende a su consuelo,
que así es mi voluntad.—Respondió María Santísima:
Altísimo Señor, yo os alabo y magnifico por vuestro
admirable consejo y providencia conmigo, indigna y
pobre criatura; mi deseo es obedeceros y daros gusto
como vuestra sierva, más obligada que ninguna otra
criatura. Dadme, Señor mío, vuestro favor Divino, para
que en todo me asista y me gobierne con mayor agrado
82
vuestro; y para que también atienda a las obligaciones
del estado en que me ponéis, para que como esclava
vuestra no salga de vuestros órdenes y beneplácito.
Dadme vuestra licencia y bendición, que con ella
acertaré a obedecer y servir a vuestro siervo José, como
vos, mi Dueño y mi Hacedor, me lo mandáis.
768. Con estos divinos apoyos se fundó la casa y
matrimonio de María Santísima y de San José; y desde 8
de septiembre, que se hizo el desposorio, hasta 25 de
marzo siguiente, que sucedió la Encarnación del Verbo
Divino, como diré en la segunda parte (Cf. infra p.II n.
138), vivieron los dos esposos, disponiéndolos el Altísimo
respectivamente para la obra que los había elegido; y la
divina Señora ordenó las cosas de su persona y las de su
casa, como diré en los capítulos siguientes.
769. Pero no puedo antes contener mi afecto en
gratificar la buena dicha del más feliz de los nacidos, San
José. ¿De dónde, oh varón de Dios, os vino tanta felicidad
y dicha, que entre los hijos de Adán sólo de vos se dijese
que el mismo Dios era vuestro, y tan sólo vuestro que se
tuviese y reputase por vuestro único hijo? El Eterno Padre
os da su Hija, y el Hijo os da su verdadera y real Madre,
el Espíritu Santo os entrega y fía su Esposa y da sus
veces, y toda la Beatísima Trinidad a su electa, única y
escogida como el sol, os la concede y entrega por vuesta
legítima mujer. ¿Conocéis, santo mío, vuestra dignidad?
¿Sabéis vuestra excelencia? ¿Entendéis que vuestra
esposa es Reina y Señora del cielo y tierra, y vos
depositario de los tesoros inestimables del mismo Dios?
Atended, varón divino, a vuestro empeño, y sabed que si
no tenéis envidiosos a los Ángeles y Serafines los tenéis
admirados y suspensos de vuestra suerte y el sacramento
que contiene vuestro matrimonio. Recibid la enhorabuena
de tanta felicidad en nombre de todo el linaje humano.
Archivo sois del registro de las Divinas misericordias,
83
dueño y esposo de la que sólo el mismo Dios es mayor
que ella; rico y próspero os hallaréis entre los hombres y
entre los mismos Ángeles. Acordaos de nuestra pobreza y
miseria, y de mí el más vil gusano de la tierra, que deseo
ser vuestra fiel devota y beneficiada y favorecida de
vuestra poderosa intercesión.
Doctrina de la Reina del cielo.
770. Hija mía, con el ejemplo de mi vida en el estado del
matrimonio en que el Altísimo me puso, hallarás
reprendida la disculpa que alegan, para no ser perfectas,
las almas que le tienen en el mundo. Para Dios nada es
imposible, y tampoco lo es para quien con viva fe espera
en él y se remite en todo a su Divina disposición. Yo vivía
en casa de mi esposo con la misma perfección que en el
templo; porque no mudé con el estado el afecto, ni el
deseo y cuidado de amarle y de servirle, antes lo
aumenté para que nada me impidiese de las
obligaciones de esposa; y por eso me asistió más el favor
Divino y me disponía y acomodaba su maño poderosa
todas las cosas conforme a mi deseo. Esto mismo haría el
Señor con todas las criaturas si de su parte
correspondiesen, pero culpan al estado del matrimonio
engañándose a sí mismas; porque el impedimento para
no ser perfectas y santas no es el estado, sino los
cuidados y solicitud vana y superflua a que se entregan,
olvidando el gusto del Señor y buscando y anteponiendo
el suyo propio.
771. Y si en el mundo no hay excusa para no seguir la
perfección de la virtud, menos se admitirá en la religión
por los oficios y ocupaciones que ella tiene. Nunca te
imagines impedida por el que tienes de Prelada; pues
habiéndote puesto Dios en él por mano de la obediencia,
no debes desconfiar de su asistencia y amparo, que ese
mismo día tomó por cuenta suya el darte fuerzas y auxi84
lios para que atendieses a la obligación de Prelada y a la
particular de la perfección con que debes amar a tu Dios
y Señor. Oblígale con el sacrificio de tu voluntad,
humillándote con paciencia a todo lo que su Divina
providencia ordena, que, si no le impidieres, yo te
aseguro de su protección y que por la experiencia
conocerás siempre el poder de su brazo en gobernarte y
encaminar todas tus acciones perfectamente.
CAPITULO 23
Explícase parte del capítulo 31 de las Parábolas de
Salomón, a donde me remitió el Señor para manifestar el
orden de vida que María Santísima dispuso en el
matrimonio.
772. Hallándose la Princesa del Cielo María en el
impensado y nuevo estado de su matrimonio, levantó
luego su mente purísima al Padre de las lumbres, para
entender cómo se gobernaría con mayor agrado suyo
entre las nuevas obligaciones de su estado. Para dar yo
alguna noticia de lo que Su Alteza pensó tan santamente,
me remitió el mismo Señor a las condiciones de la mujer
fuerte, que por esta Señora dejó escritas Salomón en el
último capítulo de sus Parábolas; y discurriendo por él,
diré lo que pudiere de lo que me ha dado a entender.
Comienza, pues, el capítulo, y dice la letra: ¿Quién
hallará una mujer fuerte? Su precio viene de lejos y de los
últimos fines (Prov., 31, 10). Esta pregunta es admirativa,
entendiéndola de nuestra grande y fuerte mujer María; y
de otra cualquiera en su comparación será negativa,
pues en todo el resto de la humana naturaleza y ley
común no se puede hallar otra mujer fuerte como la
Princesa del Cielo. Todas las demás fueron y serán flacas
y débiles, sin exceptuar alguna que no sea tributaria del
demonio en la culpa. ¿Quién hallará, pues, otra mujer
fuerte? No los reyes, ni monarcas, ni los príncipes
85
poderosos de la tierra, ni los Ángeles del Cielo, ni el mismo
poder Divino hallará otra, porque no la criará como
María Santísima; ella es la única y sola sin ejemplo y sola
sin semejante y la que sola en la dignidad midió el brazo
del Omnipotente; no le pudo dar más que a su mismo Hijo
Eterno y de su misma sustancia, igual, inmenso, increado
e infinito.
773. Consiguiente era que el precio de esta mujer fuerte
viniera de lejos, pues en la tierra y entre las criaturas no
le había. Precio se llama aquel valor en que una cosa se
compra o se estima, y entonces se sabe cuánto vale,
cuando se aprecia y se valorea. El precio de esta mujer
fuerte María fue valoreado en el consejo de la Beatísima
Trinidad, cuando antes de todas las otras puras
criaturas la rescató o compró el mismo Dios para sí, como
recibiéndola de la misma humana naturaleza por algún
retorno, que esto es comprar en rigor. El retorno y precio
que dio por María fue el mismo Verbo Eterno Humanado,
y se dio por satisfecho el Padre Eterno —a nuestro modo
de entender— con María; pues en hallando esta mujer
fuerte en su mente Divina, la estimó y apreció tanto, que
determinó dar a su mismo Hijo, para que fuese justa y
dignamente Hijo de María Santísima y sólo por ella
tomara carne humana y la eligiera para Madre. Con este
precio dio el Altísimo todos sus atributos, sabiduría,
bondad, omnipotencia, justicia y los demás, y todos los
méritos de su Hijo Humanado para adquirirla y
apropiarla a sí mismo, quitándola a la naturaleza
anticipadamente, para que si toda se perdiese, como se
perdió en Adán, sola María con su Hijo quedase
reservada, como apreciada tan de lejos que no alcanzó
toda la naturaleza criada al decreto de su estimación y
aprecio; así vino de lejos.
774. Este lejos son también los fines de la tierra; porque
Dios es el último fin y principio de todo lo criado, de
86
donde todo sale y a donde todo vuelve, como los ríos al
mar (Ecl., 1 , 7). También el cielo empíreo es el fin
corporal y material de todo lo demás corpóreo; y
singularmente se llama asiento de la divinidad (Is., 66, 1).
Pero en otra consideración se llaman fines de la tierra los
términos naturales de la vida y el fin de las virtudes, en
que se le pone la última línea a donde se ordena la vida y
ser que tienen los hombres, que todos son criados para el
conocimiento y amor del Criador, como fin inmediato del
vivir y obrar. Todo esto comprende el venir de los últimos
fines el precio de María Santísima; porque su gracia,
dones y merecimientos vinieron y comenzaron de los
últimos fines de los demás Santos, vírgenes,
confesores, mártires, apóstoles y patriarcas; no
llegaron todos en los fines de sus vidas y santidad a
donde María comenzó la suya. Y si también Cristo
Hijo suyo y Señor nuestro se llama fin de las obras del
Altísimo, con igual verdad se dice que el precio de María
Santísima fue de los últimos fines; pues toda su pureza,
inocencia y santidad vino de su Hijo Santísimo, como de
causa ejemplar y dechado y de principal autor de sola
ella.
775. Confía en ella el corazón de su varón y no se
hallará pobre de despojos (Prov., 31, 11). Cierto es que el
divino José se llamó varón de esta mujer fuerte, pues la
tuvo por legítima esposa; y también es cierto que confió
en ella su corazón, esperando que por su incomparable
virtud le habían de venir todos los bienes verdaderos.
Pero singularmente confió en ella, hallándola preñada,
cuando ignoraba el misterio; porque entonces creyó y
confió en la esperanza contra la esperanza (Rom., 4, 18)
de los indicios que conocía, sin tener otra satisfacción de
aquella verdad notoria más de la misma santidad de tal
esposa y mujer. Y aunque se determinó a dejarla (Mt., 1,
19), porque veía el efecto a los ojos y no sabía la causa,
pero nunca se atrevió a desconfiar de su honestidad y
87
recato, ni a despedirse del amor santo y puro que le tenía
preso el corazón rectísimo de tal esposa. Y no se halló
frustrado en cosa alguna, ni pobre de despojos; porque si
son despojos lo que sobra a lo necesario, todo fue
superabundante para este varón, cuando conoció quién
era su esposa y lo que en ella tenía.
776. Otro varón tuvo esta divina Señora que confió en
ella, de quien principalmente habló Salomón; y este
varón suyo fue su mismo Hijo, verdadero Dios y hombre,
que fió de esta mujer fuerte hasta su propio ser y su
honra para con todas las criaturas. En esta confianza que
hizo de María se encierra toda la grandeza de entrambos;
porque ni Dios pudo confiarle más, ni ella pudo
corresponder le mejor, para que no se hallase frustrado
ni pobre de despojos. ¡Oh estupenda maravilla del poder
y sabiduría infinita, que confiase Dios de una pura
criatura y mujer tomar carne humana en su vientre y de
su misma sustancia! ¡Llamarla Madre con inmutable
verdad, y ella a él Hijo, criarle a sus pechos y a su
obediencia, hacerla coadjutora del rescate del mundo y
su reparación, depositaría de la Divinidad y dispensera
de sus tesoros infinitos y merecimientos de su Hijo
Santísimo, de su vida, de sus milagros, predicación,
muerte, y todos los demás sacramentos! Todo lo confió de
María Santísima. Pero extiéndase más la admiración
sabiendo que en esta confianza no se halló frustrado;
porque una mujer pura criatura supo y pudo satisfacer
adecuadamente a todo cuanto le fiaron, sin que faltase o
sin que pudiese obrar en todo con mayor fe, esperanza,
amor, prudencia, humildad y plenitud de toda santidad.
No se halló su varón pobre de despojos, sino rico,
próspero y abundante de alabanza y gloria; y así añade:
777. Dárale retribución del bien, y no del mal, todos los
días de su vida (Prov., 31, 12). En este retorno entendía el
que a María Santísima dio su varón propio, Cristo su Hijo
88
verdadero —que de su parte de ella ya queda
declarado—; y si remunera el Altísimo a todos las
menores obras hechas por su amor con retribución
superabundante y excesiva, no sólo de gloria pero
también de gracia en esta vida, ¿cuál sería el retorno de
bienes y tesoros que la Divinidad le daría, con que remuneró
las obras de su misma Madre? Solo el mismo que lo
hizo, lo conoce. Pero en el comercio y correspondencia
que guarda la equidad del Señor, remunerando con un
beneficio y auxilio más grande a quien se aprovecha bien
del menor, se entenderá algo de lo que en toda la vida
de nuestra Reina sucedía entre ella y el poder Divino.
Comenzó del primer instante, recibiendo más gracia que
los supremos Ángeles con la preservación del pecado
original, correspondió a este beneficio adecuadamente,
creció en gracia y obró con ella en proporción; y así
fueron los pasos de toda su vida sin tibieza, negligencia
ni tardanza. Pues ¿qué mucho que sólo su Hijo Santísimo
fuese más que ella y todo lo restante de las criaturas
quedasen inferiores casi infinitamente?
778. Buscó lino y lana y trabajó con el consejo de sus
manos (Ib. 13). Legítima alabanza y digna de la mujer
fuerte: que sea oficiosa y hacendosa de sus puertas
adentro, hilando lino y lana para el abrigo y socorro de
su familia en lo que necesita de estas cosas y de otras
que con este medio se pueden adquirir. Este es consejo
sano, que se ejecuta con las manos trabajadoras y no
ociosas; que la ociosidad de la mujer, viviendo mano
sobre mano, es argumento de su torpe estulticia y de
otros vicios que no sin vergüenza se pueden referir. En
esta virtud exterior, que de parte de una mujer casada es
el fundamento del gobierno doméstico, fue María
Santísima mujer fuerte y digno ejemplar de todas las
mujeres; porque jamás estuvo ociosa, y de hecho
trabajaba lino y lana para su esposo y para su Hijo y
muchos pobres que de su trabajo socorría. Pero como jun89
taba en sumo grado de perfección las acciones de Marta
con las de María, era más laboriosa con el consejo de
las obras interiores que con las exteriores y,
conservando las especies de las visiones Divinas y la
lección de las Sagradas Escrituras, jamás estuvo ociosa
en su interior sin trabajar y acrecentar los dones y
virtudes del alma; y por esto dice el texto:
779. Fue como nave del mercader, que trae su pan de
lejos (Ib. 14). Como este mundo visible se llama mar
inquieto y proceloso, es consiguiente que se llamen naves
los que le viven y surcan sus inconstantes olas. Trabajan
todos en esta navegación para traer su pan, que es el
sustento y alimento de la vida debajo el nombre de pan;
y aquel le trae de más lejos que más lejos estaba de
tener lo que adquiere con su trabajo; y aquel que más
trabaja, granjea mucho más y lo trae de lejos con su
mayor sudor. Es un género de contrato entre Dios y el
nombre: que trabaje y sude el que es siervo negociando
la tierra y cultivándola y que el Señor de todo le acuda
por medio de las causas segundas con quien concurre,
para que dándole pan al hombre le sustenten y paguen el
sudor de su cara. Y lo mismo que sucede en este contrato
en lo temporal, pasa también en lo espiritual, donde no
come quien no trabaja (2 Tes., 3, 10).
780. Entre todos los hijos de Adán, María Santísima fue
la nave rica y próspera del mercader que trajo su pan y
nuestro pan de lejos. Nadie fue tan discretamente
diligente y laboriosa en el gobierno de su familia; nadie
tan prevenida en lo que con Divina prudencia entendía
ser necesario para su pobre familia y para el socorro de
los pobres; y todo lo mereció y granjeó con su Fe y solicitud
prudentísima, con que lo trajo de lejos; porque
estaba muy lejos de nuestra viciosa naturaleza humana y
aun de su hacienda. Lo mucho que en esto hizo, adquirió,
mereció y distribuyó a los pobres, es imposible poderlo
90
ponderar. Pero más fuerte y admirable fue en traernos el
pan espiritual y vivo que bajó del cielo; pues le trajo, no
sólo del seno del Padre, de donde no saliera si no hubiera
esta mujer fuerte, pero ni llegara al mundo, de cuyos
merecimientos estaba lejos, si no fuera en la nave de
María. Y aunque no pudo, siendo criatura, merecer que
Dios viniese al mundo, pero mereció que acelerase el
paso y que viniese en la nave rica de su vientre: porque
no pudiera caber en otra que fuera menor en
merecimientos; Ella sola hizo que este pan Divino se viese
y se comunicase y alimentase a los que le tenían lejos.
781. De noche se levantó y proveyó lo necesario a sus
domésticos y el mantenimiento a sus criados (Prov., 31,
15). No es menos loable esta condición de la mujer
fuerte, privarse del reposo y descanso delicioso de la
noche para gobernar su familia, distribuyendo a sus
domésticos, esposo, hijos y allegados, y luego a sus
criados, las ocupaciones legítimas a cada uno con todo lo
necesario para ellas. Esta fortaleza y prudencia no
conocen la noche para entregarse ni absorberse en el
sueño y olvido de las propias obligaciones, porque el
alivio del trabajo no se toma por fin del apetito, sino por
medio de la necesidad. Fue nuestra Reina en esta
prudencia económica admirable; y aunque no tuvo
criados ni criadas en su familia, porque la emulación de
la obediencia y humildad servil en los oficios domésticos
no le consintió que fiase de nadie estas virtudes, pero en
el cuidado de su Hijo Santísimo y de su esposo San José
era vigilantísima sierva, y jamás hubo en ella descuido, ni
olvido, ni tardanza o inadvertencia en lo que había de
prevenir y proveer para ellos, como en todo este discurso
diré adelante.
782. Pero ¿qué lengua puede explicar la vigilancia de
esta mujer fuerte? Levantóse y estuvo en pie en la noche
oculta de su secreto corazón y en el oculto entonces
91
misterio de su matrimonio esperó atenta qué se le
mandaba, para ejecutarlo humilde y obediente. Previno a
sus domésticos y siervos, las potencias interiores y
sentidos exteriores, de todo el alimento necesario y
distribuyóles a cada cual su legítimo sustento, para que
en el trabajo del día, acudiendo al servicio de fuera, no
se hallase el espíritu necesitado y desproveído. Mandó a
las potencias del alma con inviolable precepto que su
alimento fuese la luz de la Divinidad, su ocupación
incesante la abrasada meditación y contemplación de
día y de noche en la Divina Ley, sin que jamás se
interrumpiese por alguna extraña obra y ocupación de su
estado. Este era el gobierno y alimento de los domésticos
del alma.
783. A los siervos, que son los sentidos exteriores,
distribuyó también sus legítimas ocupaciones y sustento;
y usando de la jurisdicción que tenía sobre estas
potencias, las mandó que como siervas del espíritu le
sirviesen y, aunque vivían en el mundo, ignorasen su
vanidad y viviesen muertas para ella, sin vivir más de
para lo necesario a la naturaleza y a la gracia; que no se
alimentasen tanto del deleite de lo sensible, cuanto del
que la parte superior del alma les comunicase y
dispensase de su influencia superabundante. Puso término
y límites a todas las operaciones, para que todas sin
faltar ninguna quedasen reducidas a la esfera del Divino
amor, sirviéndole y obedeciéndole todas sin resistencia,
sin réplica ni tardanza. Levantóse de noche y gobernó
también a sus domésticos. —
784. Otra noche hubo en que también se levantó esta
mujer fuerte y otros domésticos a quien proveyese.
Levantóse en la noche de la antigua ley oscura con las
sombras de la futura luz; salió al mundo en la declinación
de esta noche y con su inefable providencia a todos sus
domésticos y siervos, los de su pueblo y de lo restante de
92
la humana naturaleza, a los Santos Padres y justos
domésticos suyos, a los pecadores, siervos y cautivos, a
todos dio y distribuyó el alimento de la gracia y de la
eterna vida. Y dieseles con tanta verdad y propiedad,
que se les dio hecho alimento de su misma sustancia y de
su misma sangre, que recibió en su tálamo virginal.
CAPITULO 24
Prosigue el mismo asunto con la explicación de lo
restante del capítulo 31 de las Parábolas (Prov., 31, 16).
785. Ninguna condición de mujer fuerte pudo faltar a
nuestra Reina, porque lo fue de las virtudes y fuente de la
gracia. Consideró —prosigue él texto— el campo y le
compró, del fruto de sus manos plantó una viña (Prov., 31,
16). El campo de la más levantada perfección, donde se
cría lo fértil y fragante de las virtudes, éste fue el que
consideró nuestra mujer fuerte María Santísima y,
considerándole y ponderándole a la claridad de la Divina
luz, conoció el tesoro que encerraba. Y para comprar este
campo vendió todo lo terreno de que era
verdaderamente Reina y Señora, posponiéndolo todo a la
posesión del campo que compró, con negarse al uso de lo
que podía tener. Sola esta Señora pudo venderlo todo,
porque de todo lo era, para comprar el espacioso campo
de la santidad; sola ella lo consideró y conoció
adecuadamente y se apropió a sí misma, después de
Dios, el campo de la Divinidad y sus atributos infinitos, de
que los demás santos recibieron alguna parte. Del fruto
de sus manos plantó la viña. Plantó la Iglesia Santa, no
sólo dándonos a su Hijo Santísimo para que la formase y
fabricase, pero siendo ella coadjutora suya, y después de
su ascensión quedando por Maestra de la Iglesia, como
diré en la tercera parte de esta Historia. Plantó la viña
del paraíso celestial, que aquella singular fiera de Lucifer
había disipado y devastado (Prov., 31, 16); porque se
93
pobló de nuevas plantas por la solicitud y fruto de María
Purísima. Plantó la viña de su espacioso y magnánimo
corazón con los renuevos de las virtudes, con la vid
fértilísima, Cristo, que destiló en el lagar de la cruz el
vino suavísimo del amor con que son embriagados sus
carísimos y alimentados los amigos (Cant., 5, 1).
786. Ciñó su cuerpo de fortaleza y corroboró su brazo
(Prov., 31, 17). La mayor fortaleza de los que se llaman
fuertes consiste en el brazo, con que se hacen las obras
arduas y dificultosas; y cono la mayor dificultad de la
criatura terrena sea el ceñirse en sus pasiones e
inclinaciones ajustándolas a la razón, por eso juntó el
Texto Sagrado el ceñirse la mujer fuerte y corroborar su
brazo. No tuvo nuestra Reina pasiones ni movimientos
desordenados que ceñir en su inocentísima persona; mas
no por eso dejó de ser más fuerte en ceñirse que todos
los hijos de Adán, a quienes desconcertó el fomes del
pecado. Mayor virtud fue y más fuerte el amor que hizo
obras de mortificación y penalidad cuando y donde no
eran menester, que si por necesidad se hicieran. Ninguno
de los enfermos de la culpa y obligados a su satisfacción
puso tanta fuerza en mortificar sus desordenadas pasiones,
como nuestra princesa María en gobernar y
santificar más todas sus potencias y sentidos. Castigaba
su castísimo y virgíneo cuerpo con penitencias
incesantes, vigilias, ayunos, postraciones en cruz, como
adelante diremos (Cf. infra p.II n. 12, 232, 442, 658, 898,
990, 991; p. III n. 581) ; y siempre negaba a sus
sentidos el descanso y lo deleitable, no porque se
desconcertaran, mas por obrar lo más santo y acepto al
Señor, sin tibieza, remisión o negligencia; porque todas
sus obras fueron con toda la eficacia y fuerza de la
gracia.
787. Gustó y conoció cuán buena era su negociación; no
será extinguida su luz en la noche (Prov., 31, 18). Es tan
94
benigno y fiel con sus criaturas el Señor que, cuando nos
manda ceñir con la mortificación y penitencia, porque el
Reino de los Cielos padece violencia y se ha de ganar por
fuerza (Mt., 11, 12), pero a esa misma violencia de
nuestras inclinaciones tiene vinculado en esta vida un
gusto y consolación que llena todo nuestro corazón de
alegría. En este gozo se conoce cuán buena es la
negociación del sumo bien por medio de la mortificación
con que ceñimos las inclinaciones a otros gustos
terrenos; porque de contado recibimos el gozo de la
verdad cristiana y en él una prenda del que esperamos
en la eterna vida; y el que más negocia más le gusta y
más granjea para ella y más estima la negociación.
788. Esta verdad, que con experiencia conocemos
nosotros sujetos a pecados, ¿cómo la conocería y gustaría
nuestra mujer fuerte María Santísima? Y si en nosotros,
donde la noche de la culpa es tan prolija y repetida, se
puede conservar la Divina luz de la gracia por medio de
la penitencia y mortificación de las pasiones, ¿cómo ardería
esta luz en el corazón de esta purísima criatura? No la
oprimía el sinsabor de la pesada y corrupta naturaleza,
no la desazonaba la contradicción del fomes, no la
turbaba el remordimiento de la mala conciencia, no el
temor de las culpas experimentadas y sobre todo esto
era su luz sobre todo humano y angélico pensamiento;
muy bien conocería y gustaría de esta negociación, sin
extinguirse en la noche de sus trabajos y peligros de la
vida la lucerna del Cordero que la iluminaba (Ap., 21, 23).
789. Extendió su mano a cosas fuertes, y sus dedos
apretaron el huso (Prov., 31, 19). La mujer fuerte, que con
el trato y trabajo de sus manos acrecienta sus virtudes y
bienes de su familia y se ciñe de fortaleza contra sus
pasiones, gusta y conoce la negociación de la virtud, ésta
bien puede extender y alargar el brazo a cosas grandes.
Hízolo María Santísima sin embarazo de su estado y de
95
sus obligaciones, porque levantándose sobre sí misma y
todo lo terreno extendió sus deseos y obras a lo más
grande y fuerte del amor Divino y conocimiento de Dios
sobre toda naturaleza humana y angélica. Y como desde
su desposorio se iba acercando a la dignidad y oficio de
madre, iba también extendiendo su corazón y alargando
el brazo de sus obras santas, hasta llegar a cooperar en
la obra más ardua y más fuerte de la omnipotencia
Divina, que fue la Encarnación del Verbo. De todo esto
diré más en la segunda parte (Cf., infla p. II n. 1-106),
declarando la preparación que tuvo nuestra Reina para
este Gran Misterio. Y porque la determinación y
propósitos de cosas grandes, si no llegan a la ejecución,
serían apariencia y sin efecto, por esto dice que
apretaron el huso los dedos de esta mujer fuerte, y es
decir que ejecutó nuestra Reina todo lo grande, arduo y
dificultoso, como lo entendió y lo propuso en su rectísima
intención. En todo fue verdadera y no ruidosa y aparente,
como lo fuera la mujer que estuviera con la rueca en la
cinta, pero ociosa y sin apretar el huso; y así añade:
790. Alargó su mano al necesitado y desplegó sus
palmas al pobre (Prov., 31, 20). Fortaleza grande es de la
mujer prudente y casera ser liberal con los pobres y no
rendirse con flaqueza de ánimo y desconfianza al temor
cobarde de que por esto le faltará para su familia; pues
el medio más poderoso para multiplicar todos los
bienes ha de ser repartir liberalmente los de fortuna con
los pobres de Cristo, que aun en esta vida presente sabe
dar ciento por uno (Mc., 10, 30). Distribuyó María
santísima con los pobres y con el Templo la hacienda que
de sus padres heredó, como ya dije arriba, capítulo 22 de
este libro (Cf. supra n. 764); y a más de esto, trabajaba
de sus manos para ayudar a esta misericordia, porque si
no les diera su propio sudor y trabajo no satisfacía a su
piadoso y liberal amor de los pobres. No es maravilla que
la avaricia del mundo sienta hoy la falta y pobreza que
96
padece en los bienes temporales, pues tan pobres están
los hombres de piedad y misericordia con los
necesitados, sirviendo a la inmoderada vanidad lo que
hizo Dios y lo crió para sustento de los pobres y para
remedio de los ricos.
791. No sólo desplegó sus manos propias al pobre
nuestra piadosa Reina y Señora, pero también desplegó
las palmas del brazo poderoso del omnipotente Dios, que
parece las tenía cerradas deteniendo al Verbo Divino,
porque no le merecían, o porque le desmerecían los
mortales. Esta mujer fuerte le dio manos, y manos extendidas
y abiertas para los pobres cautivos y afligidos en la
miseria de la culpa; y porque esta necesidad y pobreza
siendo general de todos era de cada uno, los llama la
Escritura pobre en singular; pues todo el linaje humano
era un pobre y no podía más que si fuera sólo uno. Estas
manos de Cristo Señor nuestro, extendidas para trabajar
nuestra redención y abiertas para derramar los tesoros
de sus merecimientos y dones, fueron manos propias de
María Santísima, porque eran de su Hijo y porque sin ella
no las conociera abiertas el pobre linaje humano, y por
otros muchos títulos.
792. No temerá para su casa el frío de las nieves, porque
todos sus domésticos tienen doblados los vestidos (Prov.,
31, 21). Perdido el sol de justicia y el calor de la gracia y
justicia original, quedó nuestra naturaleza debajo de la
nieve helada de la culpa, que encoge, impide y
entorpece para el bien obrar. De aquí nace la dificultad
en la virtud, la tibieza en las acciones, la inadvertencia y
negligencia, la instabilidad y otros defectos
innumerables, y hallarnos después del pecado helados en
el amor Divino, sin abrigo ni amparo para las tentaciones.
De todos estos impedimentos y daños estuvo libre nuestra
divina Reina en su casa y en su alma, porque todos sus
domésticos, potencias interiores y exteriores, estuvieron
97
defendidos del frío de la culpa con dobladas vestiduras.
La una fue de la original justicia y virtudes infusas, la otra
de las adquiridas por sí misma desde el primer instante
que comenzó a obrar. También fueron vestiduras dobladas
la gracia común que tuvo como persona particular
y la que la dio el Altísimo especialísima para la dignidad
de Madre del Verbo. En el gobierno de su casa no me
detengo sobre esta providencia; porque en las demás
mujeres puede ser loable como necesario este cuidado,
pero en casa de la Reina del Cielo y tierra, María
Santísima, no fue menester doblar las vestiduras para su
Hijo Santísimo, que sola una tenía; ni tampoco para sí ni
para su esposo San José, donde la pobreza era el mayor
adorno y abrigo.
793. Hizo para sí una vestidura muy tejida y se adornó
de púrpura y holanda (Ib. 22). Esta metáfora también
declara el adorno espiritual de esta mujer fuerte; y éste
fue una vestidura tejida con fortaleza y variedad para
cubrirse toda y defenderse de las inclemencias y rigores
de las lluvias, que para esto se tejen los paños fuertes o
los fieltros y otros semejantes. La vestidura talar de
las virtudes y dones de María fue impenetrable del rigor
de las tentaciones y avenidas de aquel río que derramó
contra ella el Dragón grande y rojo, o sanguinolento, que
vio San Juan en el Apocalipsis (Ap., 12, 15); y a más de la
fortaleza de este vestido, era grande su hermosura y
variedad de sus virtudes, entretejidas y no postizas,
porque estaban como entrañadas y sustanciadas en su
misma naturaleza, desde que fue formada en gracia y en
justicia original. Allí estaban la púrpura de la Caridad, lo
blanco de la Castidad y Pureza, lo celeste de la
Esperanza, con toda la variedad de dones y virtudes, que
vistiéndola juntamente la adornaban y hermoseaban.
También fue adorno de María aquel color blanco y
colorado (Cant., 5, 10) que por la humanidad y divinidad
entendió la esposa, dándolos por señas de su esposo;
98
porque dándole ella al Verbo lo colorado de su
humanidad santísima, le dio Él en retorno la Divinidad, no
sólo uniéndolas en su virginal vientre, pero dejando en su
Madre unos visos y rayos de Divinidad más que en todas
las criaturas juntas.
794. Será noble su varón en las puertas, cuando se
asentare con los senadores de la tierra (Prov., 31, 23). En
las puertas de la eterna vida se hace el juicio particular
de cada uno, y después se hará el general que
esperamos, como en las puertas de la ciudad lo hacían
las antiguas repúblicas. En el juicio universal tendrá
lugar entre los nobles del reino de Dios San José, el
uno de los varones de María Santísima; porque tendrá
silla entre los Apóstoles para juzgar al mundo y gozará
este privilegio por esposo de la mujer fuerte, que es
Reina de todos, y por padre putativo que fue del supremo
Juez. El otro varón de esta Señora, que es su Hijo
Santísimo, como antes dije (Cf. supra n. 776), es tenido y
reconocido por supremo Señor y Juez verdadero en el
juicio que hace y en el que hará de los ángeles y todos
los hombres. Y de esta excelencia se le da parte a María
Santísima, porque le dio ella la carne humana con que
redimió al mundo y la sangre que derramó en precio y
rescate de los hombres; y todo se conocerá cuando con
grande potestad venga al juicio universal, sin quedar
alguno que entonces no lo conozca y confiese.
795. Hizo una sábana y la vendió, y entregó un cíngulo
al cananeo (Prov., 31, 24). En esta solicitud laboriosa de
la mujer fuerte se contienen dos grandezas en nuestra
Reina: la una, que hizo la sábana tan pura, espaciosa y
grande, que pudo caber en ella, aunque estrechándose y
encogiéndose, el Verbo Eterno; y vendióla no a otro sino
al mismo Señor, que le dio en retorno a su mismo Hijo,
porque no se hallara en todo lo criado precio digno para
comprar esta sábana de la pureza y santidad de María,
99
ni quien dignamente pudiera ser Hijo suyo, fuera del
mismo Hijo de Dios. Entregó también, no vendido pero
graciosamente, el cíngulo al cananeo, hijo de Canaán,
maldito de su padre (Gén., 9, 25), porque todos los que
participaron de la primera maldición, y quedaron
desceñidos y sueltas las pasiones y desordenados apetitos,
se pudieron ceñir de nuevo con el cíngulo que María
Santísima les entregó en su Hijo Primogénito y Unigénito,
y en su Ley de Gracia, para renovarse, reformarse y
ceñirse. No tendrán excusa los prescitos y condenados,
ángeles y hombres, pues todos tuvieron con qué se
contener y ceñir en sus desordenados afectos, como lo
hacen los predestinados, valiéndose de esta gracia, que
por María Santísima tuvieron de gracia y sin pedirles
precio para merecerla o comprarla.
796. La fortaleza y hermosura le sirven de vestido, y se
reirá en el último día (Prov., 31, 25). Otro nuevo adorno y
vestidura de la mujer fuerte son la fortaleza y hermosura;
la fortaleza la hace invencible en el padecer y en obrar
contra las potestades infernales, la hermosura le dio
gracia exterior y decoro admirable en todas las acciones.
Con estas dos excelencias y condiciones era nuestra
Reina amable a los ojos de Dios, de los ángeles y del
mundo; no sólo no tenía culpa ni defecto que se le
reprendiese, pero tenía esta doblada gracia y hermosura
que tanto le agradó y ponderó el Esposo, repitiendo que
era muy hermosa y muy agraciada toda ella (Cant., 4, 1-
7). Y donde no se pudo hallar defecto reprensible,
tampoco había causa para llorar el día último, cuando
ninguno de los mortales, fuera de esta Señora y de su
Hijo Santísimo, todos estarán y parecerán con alguna
culpa que tuvieron de que dolerse, y los condenados
llorarán entonces el no haberlas llorado antes
dignamente. En aquel día estará alegre y risueña esta
fuerte mujer con el agradecimiento de su incomparable
felicidad y de que se ejecute la Divina justicia en los
100
protervos y rebeldes a su Hijo Santísimo.
797. Abrió su boca para la sabiduría y en su lengua
estuvo la ley de la clemencia (Prov., 31, 26). Gran
excelencia es de la mujer fuerte no abrir su boca para
otra cosa que no sea para enseñar el temor santo del
Señor y ejecutar alguna obra de clemencia. Esto cumplió
con suma perfección nuestra Reina y Señora; abrió su
boca como maestra de la divina sabiduría, cuando dijo al
santo arcángel: Fiat mihi secundum verbum tuum (Lc., 1,
38); y siempre que hablaba era como Virgen
Prudentísima y llena de ciencia del Altísimo para
enseñarla a todos y para interceder por los miserables
hijos de Eva. Estaba y está siempre en su lengua la ley de
la clemencia, como en piadosa Madre de Misericordia;
porque sola su intercesión y palabra es la ley inviolable
de donde depende nuestro remedio en todas las
necesidades, si sabemos obligarla a que abra su boca y
mueva su lengua para pedirlo.
798. Consideró las sendas de su casa y no comió el pan
estando ociosa (Prov., 31, 27). No es pequeña alabanza
de la madre de familia considerar también atentamente
todos los caminos más seguros para aumentarla en
muchos bienes; pero en esta divina prudencia sola María
fue la que dio forma a los mortales, porque sólo ella supo
considerar e investigar todos los caminos de la justicia y
las sendas y atajos por donde con mayor seguridad y
brevedad llegaría a la Divinidad. Alcanzó esta ciencia
tan altamente que dejó atrás a todos los mortales y a los
mismos Querubines y Serafines. Conoció y consideró el
bien y el mal, lo profundo y oculto de la santidad, la
condición de la humana flaqueza, la astucia de los
enemigos, el peligro del mundo y todo lo terreno; y como
todo lo conoció, obró lo que conocía sin comer ociosa el
pan y sin recibir en vano el alma (Sal., 23, 4) ni la Divina
gracia; y mereció lo que se sigue.
101
799. Levantáronse y predicáronla sus hijos por beatísima
y su varón se levantó para alabarla (Prov., 31, 28).
Grandes cosas y gloriosas han dicho en la Militante
Iglesia los hijos verdaderos de esta mujer fuerte,
predicándola por beatísima entre las mujeres; y los que
no se levantan y no la predican, no se tengan por sus
hijos, ni por doctos, ni sabios, ni devotos. Pero aunque
todos han hablado inspirados y movidos por su varón y
esposo Cristo y el Espíritu Santo, con todo eso hasta
ahora parece que se ha callado y no se ha levantado
para predicarla respecto de los muchos y altos
sacramentos que ha tenido ocultos de su Madre
Santísima. Y son tantos, que se me ha dado a entender
los reserva el Señor para manifestarlos en la Iglesia
triunfante después del juicio universal; porque no es
conveniente manifestarlos todos ahora al mundo indigno
y no capaz de tantas maravillas. Allí hablará Cristo, varón
de María, manifestando para gloria de los dos y gozo de
los Santos las prerrogativas y excelencias de esta
Señora, y allí las conoceremos; basta ahora que con veneración
las creamos debajo del velo de la fe y esperanza
de tantos bienes.
800. Muchas hijas congregaron las riquezas, pero tú
excediste a todas ellas (Ib. 29). Todas las almas que
llegaron a conseguir la gracia del Altísimo se llaman
hijas suyas, y todos los merecimientos, dones y virtudes
que con ella pudieron granjear, y de hecho los
granjearon, son riquezas verdaderas; que todo lo demás
terreno tiene injustamente usurpado el nombre de
riqueza. Muy grande será el nombre de los
predestinados; el que numera las estrellas por sus
nombres (Sal., 146, 4), los conoce. Pero sola María
congregó más que todas juntas estas criaturas, hijas del
Altísimo y suyas, y sola ella se aventajará, como la
excelencia de ser ella, no sólo Madre suya y ellas hijas
102
en gracia y gloria, pero como Madre del mismo Dios;
porque según esta dignidad excede a toda la excelencia
de los mayores Santos, así la gracia y gloria de esta
Reina se adelantará a toda la que tienen y tendrán todos
los predestinados. Y porque, en comparación de estas
riquezas y dones de la gracia interior y gloria que le
corresponde, es vana la exterior y aparente en las
mujeres que tanto la aprecian, añade y dice:
801. Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la mujer
que teme a Dios, aquella será alabada; denle a ésta del
fruto de sus manos y alaben sus obras en las puertas
(Prov., 31, 30-31). El mundo reputa falsamente por gracia
muchas cosas visibles que no lo son, y no tienen más de
gracia y hermosura de lo que les da el engaño de los
ignorantes, corno son: la apariencia de las buenas obras
en la virtud, el agrado en las palabras dulces o
elocuentes, el donaire en hablar y moverse; y también
llaman gracia a la benevolencia de los mayores y del
pueblo. Todo esto es engaño y falacia, como la
hermosura de la mujer que en breve se desvanece. La
que teme a Dios y enseña a temerle, ésta merece
dignamente la alabanza de los hombres y del mismo
Señor. Y porque él mismo quiere alabarla, dice que le
den del fruto de sus manos, y remite su alabanza a sus
grandes obras puestas en público a vista de todos, para
que ellas mismas sean lenguas en su alabanza; porque
importa muy poco que alaben los hombres a la mujer a
quien sus mismas obras la vituperan. Para esto quiere el
Altísimo que las obras de su Madre Santísima se
manifiesten en las puertas de su Iglesia Santa, en cuanto
ahora es posible y conveniente, como arriba dije (Cf.
supra n. 798), reservando la mayor alabanza y gloria
para que después permanezca por todos los siglos de los
siglos. Amén.
Doctrina de la Reina del cielo.
103
802. Hija mía, grande enseñanza tienes para tu gobierno
en este capítulo; y aunque no todo lo que contiene has
escrito, pero así lo que has declarado como lo que dejas
oculto, quiero todo lo escribas en lo íntimo de tu corazón
y con inviolable ley lo ejecutes en ti misma. Para esto es
necesario estar retirada dentro de tu interior, olvidado
todo lo visible y terreno, y atentísima a la divina luz que
te asiste y defiende todas tus potencias con vestiduras
dobladas, para que no sientas la frialdad y tibieza en la
perfección y también resistas a los movimientos
desmandados de las pasiones. Cíñelas y mortifícalas con
el apretador del temor Divino y, alejada de lo aparente y
engañoso, levanta tu mente a considerar y entender los
caminos de tu interior y las sendas que Dios te ha
enseñado para buscarle en tu secreto y hallarle sin
peligro del engaño. Y habiendo gustado de la
negociación del Cielo, no consientas por tu descuido que
se extinga en tu mente la Divina luz que te enciende y
alumbra en las tinieblas. No comas el pan estando
ociosa, pero trabaja sin dar treguas al cuidado, y
comerás el fruto de tus diligencias; y esforzada en el
Señor harás obras dignas de su beneplácito y agrado y
correrás tras el olor de sus ungüentos hasta llegar a
poseerle eternamente. Amén.
SEGUNDA PARTE
ONTIENE LOS MISTERIOS DESDE
ENCARNACIÓN DEL VERBO DIVINO EN SU
VIRGINAL VIENTRE HASTA LA ASCENSIÓN A LOS
CIELOS.
INTRODUCCIÓN A LA SEGUNDA PARTE
C
104
DE LA DIVINA HISTORIA Y VIDA SANTÍSIMA
DE MARÍA MADRE DE DIOS
1. Al tiempo de presentar ante el Divino acatamiento el
pequeño servicio y trabajo de haber escrito la primera
parte de la Vida Santísima de María Madre del mismo
Dios, para poner a la enmienda y registro de la Divina luz
lo que con ella misma había copiado, pero con mi
cortedad; por lo que quise para consuelo mío saber de
nuevo si lo escrito era del beneplácito del Altísimo y si
me mandaba continuar o suspender esta obra tan
superior a mi insuficiencia; a esta proposición me
respondió el Señor: Bien has escrito y ha sido de nuestro
beneplácito, pero queremos entiendas que, para
manifestar los misterios y altísimos sacramentos que
encierra lo restante de la vida de nuestra única y dilecta
Esposa, Madre de nuestro Unigénito, necesitas de nueva
y mayor disposición. Queremos que mueras del todo a lo
imperfecto y visible y vivas según el espíritu, que renuncies
todas las operaciones de criatura terrena y sus
costumbres y que sean de ángel, con mayor pureza y
conformidad a lo que has de entender y escribir.
2. En esta respuesta del Altísimo entendí que se me
intimaba y se me pedía tan nuevo modo de obrar las
virtudes y tan alta perfección de vida y costumbres, que,
como confiada de mí, quedé turbada y temerosa de
emprender negocio tan arduo y difícil para una criatura
terrena. Sentí grandes contiendas en mí misma, entre la
carne y el espíritu. Éste me llamaba con fuerza interior,
compeliéndome a procurar la gran disposición que se me
pedía, administrándome razones del grande agrado del
Señor y conveniencias mías. Y por el contrario la ley del
pecado, que sentía en mis miembros, me contradecía
(gal.,5, 17; Rom., 7, 23), repugnaba a la Divina luz y me
desconfiaba, temiendo yo misma mi inconstancia.
Sentía en este conflicto una fuerte remora que me
105
detenía, una cobardía que me aterraba; y con esta
turbación se me hacía más creíble el concepto de que yo
no era idónea para tratar cosas tan altas, y más siendo
ellas tan ajenas de la condición y profesión de mujeres.
3. Vencida del temor y dificultad, determiné no proseguir
esta obra y poner todos los medios posibles para
conseguirlo. Conoció el común enemigo mi temor y
cobardía y, como su crueldad pésima se enfurece más
contra los más flacos y desvalidos, valiéndose de la
ocasión me acometió con increíble saña, pareciéndole
me hallaba desamparada de quien me librase de sus
manos; y para disfrazar su malicia procuraba
transformarse en ángel de luz, fingiéndose muy celoso de
mi alma y de mi acierto, y debajo de este falso pretexto
me arrojaba porfiadamente continuas sugestiones y
pensamientos, ponderándome el peligro de mi
condenación, amenazándome con otro castigo
semejante al del primer ángel (Is., 14, 10-13), porque me
representaba había yo querido comprender con soberbia
lo que era sobre mis fuerzas y contra el mismo Dios.
4. Proponíame muchas almas que, profesando
virtud, habían sido engañadas por alguna oculta
presunción y por dar lugar a las fabulaciones de la
serpiente, y que escudriñar yo los secretos de la
Majestad divina (Prov., 25, 27) no podía ser sin soberbia
muy presuntuosa, en que yo estaba metida. Encarecióme
mucho que los tiempos presentes eran mal afortunados
para estas materias, y lo confirmaba con algunos sucesos
de personas conocidas en quien se halló dolo y engaño,
con el terror que otras han cobrado para emprender la
vida espiritual, con el descrédito que ocasionaría
cualquiera cosa malsonante en mí, el efecto que causaría
en los que tienen poca piedad; que todo esto conocería
yo por experiencia y para mi daño, si proseguía en
escribir esta materia. Y siendo verdad, como lo es, que
106
toda la contradicción que padece la vida espiritual, y el
ser la virtud en lo místico menos recibida en el mundo, es
obra de este mortal enemigo que, para extinguir la
devoción y piedad cristiana en muchos, procura engañar
algunos y sembrar su zizaña en la semilla pura (Mt., 13,
25) del Señor, para ofuscarla y torcer el sentido
verdadero, con que se dificulte más apartar las tinieblas
de la luz; y no me admiro, porque éste es oficio del mismo
Dios y de quien participa de la verdadera sabiduría y no
se gobierna sólo por la terrena.
5. No es fácil en la vida mortal discernir entre la
prudencia verdadera y falsa, porque tal vez aun la buena
intención y celo equivoca el juicio humano, si falta el
acuerdo y luz de lo alto. Yo he tenido ocasión para
conocer esto en lo que voy tratando; porque algunas
personas conocidas y devotas, otras que por su piedad
me amaban y deseaban mi bien, otras con desprecio y
menos afecto, todas a un tiempo me procuraron divertir
de esta ocupación, y aun del camino por donde iba, como
si fuera elección propia; y no me turbó poco el enemigo
por medio de estas personas, porque el temor de alguna
confusión o descrédito que podía resultar a los que conmigo
ejercitaban su piedad, a la religión y a mis
propincuos, y singularmente al convento que vivo, les
daba cuidado y a mí aflicción. Llevábame mucho la
seguridad que se me representaba siguiendo el camino
ordinario de las demás religiosas. Confieso se ajustaba
más a mi dictamen o mi natural inclinación y deseo y
mucho más a mi encogimiento y grandes temores.
6. Fluctuando mi corazón entre estas olas impetuosas,
procuré llegar al puerto de la obediencia, que me
aseguraba en el mar amargo de mi confusión. Y porque
mi tribulación fuese mayor, sucedió que en esta ocasión
se trataba en la religión de ocupar en oficios superiores a
mi Padre Espiritual y Prelado, que muchos años había
107
gobernado mi espíritu y tenía comprendido mi interior y
persecuciones y me había ordenado escribiese todo lo
que estaba tratado y con su dirección me prometía
acierto, quietud y consuelo. No se consiguió este intento,
pero ausentóse en esta ocasión por muchos días (El P.
Franciscano Andrés de la Torre fue tres veces Ministro
Provincial y dirigió a la Venerable de 1627-1647. El P.
Andrés de Fuenmayor, también provincial, la dirigió
desde 1650 a 1665). Y de todo se valía el Dragón grande
para derramar contra mi el furioso río (Ap., 12 15) de sus
tentaciones, y así en esta ocasión como en otras trabajó
con suma malicia por desviarme de la obediencia y
doctrina de mi superior y maestro, aunque fue en vano.
7. A todas las contradicciones y tentaciones que digo, y
otras muchas que no puedo referir, añadió el demonio
quitarme la salud del cuerpo, causándome muchos
achaques, destemplanzas y desconcertándome toda.
Movióme una invencible tristeza, turbóme la cabeza y
parece me quería oscurecer el entendimiento e impedir
el discurso y debilitar la voluntad y trasegarme toda en
alma y cuerpo. Y sucedió así, porque en medio de esta
confusión vine a cometer algunas faltas y culpas, para mí
harto graves, y aunque no fueron tanto de malicia como
de fragilidad humana, pero valióse de ellas la serpiente
para destruirme más que de ningún otro medio; porque
habiéndome turbado el corriente de las buenas
operaciones para que cayese, soltó después su furor,
desembarazándome para que con mayor ponderación
conociese las faltas cometidas. Ayudóme a esto con
sugestiones impías y muy sagaces, queriendo
persuadirme que todo cuanto por mí había pasado en el
camino que llevo era falso y mentiroso.
8. Como tenía esta tentación tan aparente color, así por
mis faltas cometidas como por mis continuos
sobresaltos y temores, resistíala menos que a otras, y
108
fue singular misericordia del Señor no desfallecer del
todo en la esperanza y en la fe del remedio. Pero hálleme
tan poseída de la confusión y sumergida en tinieblas, que
puedo decir me rodearon los gemidos de la muerte y me
ciñeron los dolores del infierno (Sal., 17, 5-6), llevándome
hasta reconocer el último peligro; determiné quemar los
papeles en que tenía escrita la primera parte de esta
divina Historia para no proseguir la segunda. Y a esta
determinación el ángel de Satanás que me la
administraba añadió también el proponerme que me
retirase de todo, que no tratase de camino ni vida
espiritual, ni atendiese al interior, ni lo comunicase con
nadie, y con esto podía hacer penitencia de mis pecados
y aplacar al Señor y desenojarle, que lo estaba conmigo.
Y para asegurar más su iniquidad disimulada me propuso
hiciera voto de no escribir, por el peligro de ser
engañada y engañar, pero que me enmendase la vida y
cercenase imperfecciones y abrazase la penitencia.
9. Con esta máscara de aparente virtud pretendía
el Dragón acreditar sus dañados consejos y cubrirse con
piel de oveja el que era sangriento y carnicero lobo.
Perseveró algún tiempo en esta porfía, y singularmente
estuve quince días en una tenebrosa noche sin sosiego ni
consuelo alguno Divino ni humano: sin éste, porque me
faltaba el consejo y alivio de la obediencia, y sin aquél,
porque había suspendido el Señor el influjo de sus
favores, las inteligencias y continua luz interior. Y sobre
todo esto me apretaba la falta de salud, y en ella la
persuasión de que se allegaba la muerte y el peligro de
mi condenación; que todo lo maquinaba y representaba
el enemigo.
10. Pero como sus dejos son tan amargos y todos
paran en desesperación, la misma turbación con que
alteraba toda la república de mis potencias y los hábitos
adquiridos me hizo más atenta para no ejecutar cosa
109
alguna de las que me inclinaba, o yo proponía. Valíase
del temor continuamente, el cual me tenía crucificada
sobre si ofendería a Dios y perdería su amistad, y
aplicándomele con mi ignorancia a las cosas Divinas
para que me recelase de ellas. Y este mismo temor me
hacía dudar en lo que el astuto Dragón me persuadía y
dudando me detenía a no darle asenso. Ayudábame
también el respeto de la obediencia, que me había
mandado escribir y todo lo contrario de lo que sentía en
mis sugestiones y persuasiones, y que las resistiese y
anatematizase. Sobre todo esto era el amparo oculto
del Altísimo, que me defendía y no quería entregar a las
bestias el alma que en medio de tales tribulaciones,
siquiera con gemidos y suspiros, le confesaba. No puedo
con palabras encarecer las tentaciones, combates,
desconsuelos, despechos, aflicciones, que en esta batalla
padecí, porque me vi en tal estado que, a mi juicio, de él
al de los condenados no había en el interior más diferencia
de que en el infierno no hay redención y en el otro
la puede haber.
La parte 6ª la pondré proximamente.